Hoy es el primer día de clases para los de prepa. Entran a las 8:45am. Despertamos a mis dos a las 8:10am, no fuera ser que les pegue la desmañada después de tres meses de despertarse a las diez. Gusano anda durmiéndose en el sillón de abajo, el del cuarto de la tele, porque Nico, en su Covid-cuarentena, anda encerrado en la recámara que normalmente comparten. AnaP le prometió a Gusano empezar el ciclo escolar con un desayuno de huevos revueltos con chorizo, sus favoritos, pero tuve que improvisar porque el chorizo fue consumido la semana pasada.
Lo del primer día de clases es un decir, fue ponerse una camisa limpia, semi peinarse, quitarse las lagañas, abrir la laptop prestada por la escuela, enchufarse audífonos, conectarse a la llamada virtual del profesor. Gusano empezó su día escolar con su clase de tenis, impartida por el legendario Mr. Oxford, profesor quien hasta hace unos meses se rehusaba a tener un teléfono “inteligente”. Nico, gracias a una confusión administrativa que anda en proceso de resolver, empezó con una clase de “small animal management” es decir, como alimentar mascotas, que en nuestra casa consiste de “croquetas”.
‘¡Zapatos boleados! era el grito dominical en casa de mis papás, orden que se hacía más patente la noche antes del mentado, odioso e inevitable primer día de clases. Aquel decreto, junto con aquella costumbre, se fue perdiendo -gracias a Nike- conforme pasaron los años hasta que un día mis papás se conformaron con verme peinado. Luego hasta en eso se rindieron.
Gusano toma sus clases en la mesa roja que ajustamos en el comedor para fungir como salón de clases; Nico en su cuarto, en una mesa de plástico cubierta con un mantel de colores primaverales. Ambos están con audífonos, laptop, camisa limpia, descalzos.
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