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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

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Siempre existen ese uno o dos maestros con los que tienes la mala fortuna de toparte, de esos que por unas cuantas palabras de aliento te hacen replantear tu camino.



Para mí fue el doctor Robert Vacca, quien en la universidad me dijo que las tonterías que escribía lo hacían reír, sugiriendo, seguro de manera muy velada pero que yo vi como revelación tipo Jesús apareciendo entre las nubes con Bach de fondo, el que me dedicara a teclearlas como modus vivendi. Otro par de profesores alimentaron mi ego, condenándome a una vida de andarme recriminando sentado detrás de un escritorio de oficina y ahora me tienen aquí, al borde de mi (y la de AnaP) sanidad mental.


El problema es que ahora tocó que al Gusano le movieran el tapete. Su profesor de inglés, uno de los maestros consentidos y favoritos en la preparatoria, le aseguró de que tiene mucha habilidad para escribir -y vaya que la tiene- invitándolo a acudir a un coloquio de escritores, en donde varios de sus alumnos leyeron poemas y cuentos cortos de su propia creación, aunque gracias a la pésima acústica del espacio aunado al rugido del aire acondicionado, logramos escuchar muy poco.


La bronca es que los participantes fueron, sin excepción, mujeres. Inclusive, durante un buen lapso, en la sección de alumnos del público, solo Gusano representaba su género.


—Es que me van a bulear si me meto a su clase de creación literaria— se quejó ahora que anda escogiendo clases para el próximo semestre.


—Así está mi clase de arte—le aseguró Nico, quien obvio no considera negativo el estar rodeado de mujeres haciendo lo que le encanta.


No sé. Luego siento que haberme dedicado al “rocket science” hubiera sido mucho más sencillo, la cosa es que nunca tuve ni talento ni profesor alentándome hacía allá.

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