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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

skylanders

Acá hay dos verdades apenas llega la primavera, brotan flores moradas, y se limpian garajes. Llevábamos un par de años (digo ‘par’ quiero decir cinco) que no lo limpiábamos, porque 1. que flojera y 2. por respeto a las civilizaciones de cucarachas viviendo un periodo post modernista entre tanta porquería arrumbada. Pero nada. ¡Gracias Raid!



Encontramos Skylanders.


Para quienes no estén al tanto, los Skylanders son unos monos de plástico como asá de grandes, los cuales mediante alguna magia, misma que explicaría pero necesito un posgrado en robótica o brujería, se conectan al Wii. Se colocan sobre una plataforma, cobran vida en la pantalla, y sin estirarse ni calentar ni nada, entran en combate. Son dragones y guerreros, ataviados en colores que parecerían poco eficientes para un campo de batalla: verdes fosforescentes, amarillos chillones, naranjas y rojos gritándole al enemigo, «¡a mí, a mí, la flecha a mí! mátenme primero, porfa!» porque de que los ves, los ves, sin importar lo denso del banco de neblina. Uniformes diseñados por United Colors of Benetton, para ese look Baby’O medieval donde solo hace falta el Skylander con cara de “tsss, ven con tu Papi, Mami”, camisa blanca bombacha desabrochada hasta el ombligo.


Fueron populares hace años. Bajo encargo de mis dos hijos mayores, ciudad que visitaba, ciudad donde cazaba jugueterías, convirtiéndome así en el Indiana Jones del plástico. Dentro de mil años o lo que sea, algún arqueólogo aburrido encontrará nuestras docenas de Skylanders, les adjudicará un simbolismo mítico, inventará una leyenda.


Gusano los tiene alineados aquí en la mesa. Los coteja en algún sitio para encontrarles precio, venderlos en eBay, pensando en que quizá pueda hacer lana vendiéndolos. Yo digo qué mejor se queden, que peleen en contra de las cucarachas que probable vivan debajo de nuestra escalera: esas seguro ya bailan Regaetton.

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