Cuando los tres eran niños y todavía les emocionaba bajar y ver regalos envueltos a un lado de sus zapatos, los Reyes siempre les traían libros, de pasta dura y con muchas ilustraciones.
Esos libros ahora están dentro de una caja de plástico en el garaje y dudo que con tanta pantalla, alguien algún día los vuelva a abrir, aunque se los guardemos a los eventuales nietos, claro, supeditados a que ya-saben-quien no oprima el mentado botón rojo, haciéndonos a todos desear él que algún elefante del lejano oriente pise, así sin querer, sus manitas. Cuando nos mudamos, y con la bronca que fue mudar tanto libro, los Reyes replantearon estrategia, cambiaron libros por camisetas, casi todas ellas de mi alma mater porque la verdad no se entiende el que haya otras. Así que pasando Navidad, porque eso de organizarme no es lo mío, hurgaba por entre las entrañas de Amazon hasta darle click a los regalos con todo y cargo extra del ‘express shipping’.
Ahora la emoción se limitó a AnaP preguntando el que en qué fecha caía Reyes para poder quitar el arbolito, que porque los del camión de la basura pasan los martes. Este año, porque así ha sido este año, se me fue atorando eso de buscar camisetas en Amazon, así que ayer cuando fuimos al HEB conseguimos Nutella, chocolates y dulces. Esta mañana, porque así han sido estas mañanas, se me olvidó esconder las golosinas, y fue solo porque mi Melchora me recordó, que las empaque dentro de sus mochilas.
Había roscas en el súper, por supuesto había roscas, pero El Maratón fue abundante en carbohidratos, el cinturón en su último orificio, aunque más importante, cada mordida nos recordaría el que nada como las bañadas en mantequilla del Panmex.
Es lo mismo, dicen, pero no es igual.
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