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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

profetas


AnaP se quejará de que tengo demasiado tiempo libre, pero a últimas fechas he estado cavilando sobre el destino de aquellos profetas parados en las esquinas de las avenidas en Nueva York, Chicago, San Francisco, esos quienes cargaban un letrero de cartón corrugado avisándole al transeúnte que se fuera arrepintiendo porque el fin ya estaba cerca, citando algún libro de la Biblia, “Jonás 2:23”, “Isaías 3:32”, “Dentista 4:45”. El versículo, pregonaban, avecinaba el arribo de alguna plaga, previniéndonos de que para que la muerte no entrara a casita, se sellara el marco de la puerta con la sangre de un borrego sacrificado, o, a falta de borrego (ahora barbacoa), con “rojo cervantino 082-07” de Comex. Desconozco si siguen allí parados, aquellos profetas. Chance regresaron a sus cuevas esperando el mero final; chance volvieron a sus casas dándose de topes del tiempo desperdiciado anunciando el Apocalipsis; o quizá solo mudaron sus advertencias a las redes sociales.


Lo bueno es que por lo menos en las redes sociales, estos iluminados del Apocalipsis ya no obstruyen la entrada a Uniqlo, donde venden esas horribles chamarras que duraran de aquí hasta cuando terminemos ahumados dentro de una gran bola de fuego. Bien arropados, eso sí.


Lo malo, claro, es que estos personajes ahora tienen acceso ilimitado a Twitter, Fox News y ocupan la oficina ovalada de la sala oeste de la Casa Blanca.


Todo esto viene a colación porque ayer unos amigos conversaban con respecto a la monserga de usar mascarilla. Estaban en la alberca, seis pies de distancia, alcohol reglamentario -marca DosEquis- por si las moscas. Del uso del cubre bocas, no había mucho que discutir, después de todo, cuando el CDC, basado en un estudio del JAMA dice “úsenlas”, tampoco hay por que darle mucho vuelo a la hilacha: se usan. Pa’l bien común. Así que mis colegas pasaron a quejarse del ejemplo que da el rubicundo líder de esta nación con su falta de uso de máscara, en su afán a ser idolatrado. Mientras discutían, una doña, ocupando el carril de natación y usando una gorra roja con las palabras de la nueva sagrada escritura -“hagan al Tiburón Rojo grande otra vez”- , se acercó a echarles pleito porque acá para litigar se pintan solos, compartiendo con ellos su opinión no pedida y exigirles que cesaran de andar criticando a su mero mole. Mis colegas no se intimidaron, aunque tampoco es que haya mucho que discutir que no se haya ya discutido ad nauseam, excepto que resulta bizarro el que este tema de los cubre bocas se haya politizado y anden los admiradores del aspirante a Santa en Macy’s tan nublados con su fanatismo que se nieguen a ver lo que la ciencia advierte y aconseja. ¿Qué se les ocurrirá después? ¿Argumentarán que no existe el calentamiento global? ¿qué la tierra es plana? ¿qué el 5G es un mecanismo de control para autómatas? Acá nos tocó vivir, pues

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