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hambre

  • Writer: Miguel Esteva Wurts
    Miguel Esteva Wurts
  • Apr 22
  • 2 min read

El sábado en la mañana fuimos a la marcha local en contra de las políticas autoritarias y disparatadas del actual Presidente de acá.


Tengo que agregar que AnaP no muy quería ir. “Nos van a taguear’ los de la migra” me dijo con cierta razón. Imaginé terminar rapado y tatuado en una cárcel en el trópico en el país liderado por un estúpido autobautizado dictador más cool.


Llegamos un poco temprano al lugar donde era la convocatoria, así que dimos una vuelta para checar al respetable, mismo que en su mayoría era conformado por gente de la muy avanzada tercera edad. Y lesbianas. Pero casi todos eran jipis sobrevivientes del LSD de los sesentas, ahora batallando con la cadera reemplazada. Me pareció que, más que protesta, era una competencia para localizar la pancarta con la leyenda más ocurrente para mandársela en una foto a los nietos.


“Ya no vuelvo a venir a una de estas marchas” sentenció AnaP. La verdad es que como protesta, dejaba mucho que desear. Casi el mismo nivel de pasión a cuando hacía la cola que hacía afuera de la tortillería cuando mi madre me mandaba por un kilo. Cuando menos, al final de aquella cola me tocaba una tortilla calentita con sal. Por suerte el día estaba nublado.


Lo único que hubo de, digamos emocionante, fue un señor como de mi rodada, parado en medio de todos con una t-shirt con la leyenda only citizens can vote, stop the fraud, o sea, cuatro años tarde el güey, pero bueno. Andaba deteniendo a las viejitas para argumentar con ellas. Algunas se enganchaban, pero la mayoría le sonreía con sonrisa de abuelita a quien se le quemaron las galletas de mantequilla y se alejaban de él a paso de gallo gallina.


Su camiseta tenía el mensaje en inglés y en español. Para su desgracia, la versión en español estaba mal redacta y con errores ortográficos, mismos que AnaP se los hizo notar. El pobre se puso fúrico, supongo esperaba una discusión acerca de la legalidad de las elecciones del 2020, no acerca de la ortografía del mensaje de su camiseta. “Pues lo tradujo mi mujer que es mexicana” nos espetó, pero ya estábamos perdiéndonos entre el grupo de abuelitos caminando. Ojalá hayamos sembrado las semillas para un divorcio.


Caminamos unas cuadras detrás de abuelitas empujando andaderas. Pasamos por donde habíamos estacionado el coche, así que en viendo la calidad de la melcocha, agarramos nuestras chivas y nos regresamos a la casa. Ya hacía hambre… o, como hubiera estado escrito en la camiseta de nuestro amigo peleonero, asía ambre.

 
 
 

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