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flotante

Writer: Miguel Esteva WurtsMiguel Esteva Wurts

Mis hijos nomás me ven con ojos de, ahí va otra vez el viejo (ok, admito, no me dicen viejo, me dicen pa, pero me siento muy de Las Pampas, Malbec en mano, chorizo de bife en plato, cuando imagino que me llaman “viejo”) con el mismo cuento, pero nomás se menciona algo sobre una flotante —un vaso alto con una (con gula, dos) bola(s) de helado de vainilla rellenado al tope con Coca-Cola— me remonta a la heladería Rombi que estaba en la esquina de Pedro Luis Ogazón con Avenida Revolución, a una cuadra del Museo de Arte Carrillo Gil. Seguido iba a Rombi a comprarme mi medio litro de helado de vainilla, tanto que las dispensadoras que servían el helado me conocían como el chavo al que había que rellenar el recipiente hasta el tope para que no se quejara. Pero a mis hijos siempre les cuento de la tarde en que estaba yo allí esperando, cuando un Vocho, dando vuelta hacía Revolución, se estampó en contra de un Crown Victoria que estaba estacionado sobre Revolución (gloriosas épocas aquellas en donde le podías decir, nomás deme tantito oficial, al poli mientras te acababas tu nieve de limón) y que él del Vocho se dio a la fuga con el faro delantero colgando y la defensa deshecha, y el dueño del Crown Victoria nomás salió, helado en mano y con una tranquilidad digna de los que escuchan las mañaneras completitas, a ver los daños en su coche, sin encontrar ni medio raspón en su buque-tanque fabricado en Detroit. Cuando sea grande, pensé mientras la señorita con el gorrito de la heladería me llenaba el recipiente con medio litro de helado de vainilla, quiero ser tan cool como ese güey, el dueño del Crown, que no arriesgó el encargarle su helado a su mujer mientras iba a ver el recuento de los daños.


No recuerdo si aquella vez me fui caminando yo solo a conseguir mi medio litro de helado de vainilla, o si era una de esas ocasiones en donde mi papá nos invitaba un helado después del taco en el Rincón. Yo todavía no manejaba, por lo que la bronca de caminar era regresar a la casa antes de que el helado se me derritiera, con la imperiosa necesidad de tener que pasar a La Nacional por una Coca para poder prepararme una flotante.


Son mi debilidad, las flotantes de vainilla con Coca-Cola. Una de las, pues. Mis niveles de lo que sea se trepan cual burbujitas nomás al imaginarse el zamparme uno (dos) de estos vasos repletos de azúcar, triglicéridos y colesterol. Con el mero antojo, mi corazón late furioso, enojado ante el esfuerzo adicional que tendrá que hacer para bombear sangre. Por eso, a pesar de que paso a un lado de la sección de helados en el súper y los escucho susurrándome cual sirenas, me sigo de frente, porque una vez que están en el carrito, me es imposible el resistir el acabarme todo el asunto de una sentada. Inclusive ahora, mientras escribo, visualizo el caldillo, cafesoso cremoso y denso, escurriéndose por mi lengua tratando de que cada una de mis papilas gustativas se empapen con el sabor de la flotante.


El helado de vainilla no puede ser de los corrientes, de los baras’. No puede ser pueblerino, — y lo siento mucho porque seguro que mis papás van a decir que los mejores helados son los de San Miguel Regla— de esos que son amarillos y que parece que se les cae el frasquito de la vainilla en la batea. Más bien, tiene que ser del producto caro, donde el sabor de la vainilla no domine por encima del de la crema, que cuando la cuchara (o el vaso, en caso de desesperación) entre en contacto con mis labios, pueda yo escuchar el mugido feliz de la vaca que produjo la leche con la que hicieron la crema.


AnaP conoce de mi amor por las flotantes. Sabe que tengo tres o cuatro postres en la vida, no más. Bueno, chance más contando las galletas que tienen la mermelada de fresa que venden en La Vianesa, las Pastisetas porque básicamente te estas comiendo mantequilla con azúcar que en si es un regalo del Olimpo, el ate con queso por supuesto, y claro el pastel de tres leches que venden acá en el Whole Foods, pero bueno, no más de esos.

Por eso, el que la AnaP nos sorprendiera el domingo pasado con la noticia de que en el congelador había un Haagen Dazs de vainilla, y en la alacena un par de Coca-Colas de las mexicanas -producto que acá venden como si se tratara de contrabando porque a las Cocas locales les meten endulzantes artificiales y no azúcar de caña, que como bien dicen los conocedores, es lo mismo pero no es igual- me ratifica el que mi mujer me conoce mucho mejor de lo que yo jamás supondría conocerme.



helado de vainilla, parte esencial de una flotante

Sun Tzu diría que yo perdería cien batallas en su contra, y tendría razón, más cuando me pone una flotante de helado de vainilla con Coca-Cola enfrente.


o unos Garibaldis del Globo

o unas conchas

o unos churros

o unas Marbu Doradas

o unas Mac’ma de las que tienen nata adentro

o unas fresas con crema.

 

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