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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

fermata


A pesar de las circunstancias -que obvio, siempre hay- cada quién tendrá su definición de un día perfecto, interpretación que cambiará día con día. Lo que fue perfecto hoy, no lo será mañana. Es como es. El día de ayer rondó esa perfección.

El tiempo solo hará que la memoria lo mejore. Todo empezó la noche antes. Nos desvelamos viendo Titanic (viene spoiler alert) que hace años no veía. Ya se me había olvidado cómo se extiende la historia de amor, como nomás andas echando porras para que por favor ya aparezca el mentado iceberg. Tampoco me acordaba de como Rose le exige y le exige al personaje de Leo cuando se está hundiendo el barco “ándale, apúrate, encuentra la llave, apúrate, corre, encuentra la salida, sube, baja, ándale, ¿no ves que nos ahogamos?, apúrate” y no pude dejar de imaginar que si así era a los dos días de haberse conocido, como seria en el aniversario de las bodas de cobre. Chance por eso Leo decide no treparse a la puerta junto con ella, prefiere cerrar la perfección de ese par de días, congelarse en el Atlántico Norte. Total que para nuestros estándares actuales nos fuimos a dormir tarde, sobretodo porque AnaP había quedado con una amiga de ir a bicicletear temprano. No obstante la desvelada, a las siete y cuarto de la mañana y tarareando la de “here, far, wherever you are” que es lo único que me sé de la canción y que en mi cabeza puedo repetir un millón de veces sin avanzar, coloqué el rack, monté las bicis, y nos fuimos al circuito que pasa por detrás del aeropuerto. Gusano y yo nos adelantamos para que AnaP pudiera chismear a gusto con su amiga, y él y yo circulamos como veinticinco millas, que para nosotros se traduce como en dos horas y cacho porque tampoco es que vayamos a mil por hora. Nos fuimos repasando las películas que más le gustan (Tarantino es su director favorito, Perros de reserva la que más le gusta.) Para las diez y media de la mañana ya estábamos él y yo de regreso en la casa, cansados, hambreados, pero satisfechos con el esfuerzo. Quedaba un poco de la masa de hot cake de la que había preparado el viernes, así que me hice un par y me los desayuné en paz y en calma, cosa que no siempre sucede. AnaP llegó un par de horas más tarde, feliz de lo que había bicicleteado en la mañana. La tarde transcurrió entre echar la flojera y no hacer nada. AnaP el otro día me hizo ver que andaba yo pasando muchas horas sentado frente a la MacBook Air, por lo que he intentado no estar tan pegado, establecer mejor mis horarios y demás. Así que mientras ella veía The Good Place con Gusano -serie que traté de ver un par de veces pero de la que no logré engancharme- saqué las cartas y anduve jugando un rato Solitaria en la mesa del comedor mientras Nico se peleaba con su tarea de matemáticas hasta que de repente dijo basta!, sacó su guitarra y estuvo tocando de su muy amplio repertorio. Admito que el jugar Solitaria es una de las grandes herencias de mi Jefe y que (muy mal de mi parte) no les he heredado el gustó por sentarse a jugar a mis hijos solos con las cartas. Luego retomé el libro que ando leyendo, El Fin Del Mundo, de Murakami. Me encantan esos ritmos tan pausados con los que te mece, y me doy cuenta de que no entendería ni cómo empezar a escribirlos. Salí a la terraza a seguir leyendo. Gusano se quedó dormido en el sofa de la sala, Miki encerrado en su cuarto estudiando para su examen de física de mañana en la tarde y AnaP está el porche que da a la calle en una llamada Zoom con quién sabe quienes. Está del otro lado de la casa y escucho su risa. Nico se fue a correr, no sin antes quejarse de que habíamos comido demasiado tarde y que le sería complicado el correr las ocho millas que tenía planeado. Me siento en los sillones verdes de la terraza, el Chow a mis pies y si no fuera por los miles de mosquitos que de repente se dejaron caer, me siento como marajá. La única bronca es que me doy cuenta de que llevo el día entero sin haber trabajado, así que saco la MacBook Air. Escribo un rato. Mi ritmo está desmantelado, mis pensamientos van de un lugar al otro sin enfoque. Una brisa en la terraza destantea un rato a los mosquitos, alejándolos, y hace que baje un poco la temperatura. Ya es de noche y AnaP nos prepara de cenar. A ellos les calienta unos tortellini rellenos de quien sabe qué. Yo me termino comiendo los espárragos de a mediodía y unos panes que AnaP tuesta y les pone unas gotas de un aceite de oliva con ajo y chile que compró el sábado y que está de pocas tuercas. AnaP me invita a subirnos al cuarto, ‘vamos a ver algo en Netflix’ me dice. Veo el primer capítulo de una serie que promete. Me quedo dormido a su lado. Más no le puedo pedir a la vida. No parece mucho, lo entiendo, es un respiro en medio de la tormenta. Una fermata del Covid19.

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