No hay como yo para eso de tener las mejores intenciones.
Para ejemplo basta lo de la marcha de este domingo 26 de febrero. Escribiría EL manifiesto (así, en mayúsculas) para movilizar a las masas México-Tejanas a congregarse este domingo a las once de la mañana frente a las puertas del Consulado Mexicano, llevar pancartas protestando en contra de los planes del actual presidente para pulverizar al INE, el proyecto para hincharse de más y más poder. Mi llamado gozaría de una fuerza que ni el mismo Cicerón. Vamos, redactaría un texto digno de declamarse a maullido en cuello por Don Gato (el de su pandilla).
Mexicanos, empezaría, levantando el puño en alto en señal de poder, de protesta, de emoción contenida, y a partir de ese ‘mexicanos’ con el puño en alto, mis palabras fluirían.
Esa era mi intención.
Con el puño levantado y cerrado, me di cuenta de que mis uñas se hundían en mis palmas, y detuve el flujo de mis palabras hasta cortarme las uñas.
“¿Porque la marcha es el 26 de febrero, y no, digamos el domingo siguiente?” me preguntó AnaP el domingo pasado con ese tono de voz que después de veintisiete años y medio de estar juntos reconozco como su llamado a querer respuestas coherentes, cosa que no es lo mío.
Estábamos en la cocina. Yo pants de pijama, camiseta de la carrera de 5k que corrí en septiembre en pro de perros y gatos abandonados, el puño de la mano derecha levantado, la izquierda con la espátula meneando jitomates, serranos y ajo para que no se me tatemaran demasiado sobre el sartén.
Visualizaba mi condena al poder absoluto que intenta adjudicarse el que ostenta la banda presidencial, el que quiere olvidar, igual a como lo han hecho todos, que ese puesto se los prestamos los ciudadanos de manera temporal.
Ya desconcentrado decidí bajar del internet el póster soviético de las siluetas de los trabajadores levantándose en armas, hoz y martillo aferrados, marchando contra el sistema opresor de las masas, utilizaría aquella imagen como símbolo de la lucha del marginalizado.
Doblegadas las excusas, me senté a escribir sin encontrar palabras, la pregunta de AnaP revoloteaba necia. Terminamos argumentando acerca de las minucias de la protesta, del proceso, de que si las leyes que debilitan al INE debían ser aprobadas por el senado y luego avaladas por los jueces en la Suprema, sin quedarme claro el camino. “Es una maraña” le dije a AnaP sin convencerla pero intentando terminar la discusión para poder escribir, “pero igual están buscando quitarle fondos al INE para desmantelarlo” agregué, “destajarlo de cualquier oportunidad de funcionar como juez y organizador“.
No la convencí.
La Revolución detenida antes de echarle la sal a la salista roja para nuestros huevitos rancheros.
Frustrado, escribí cualquier otra cosa: escribí acerca del doble velorio al que fuimos; de los fulanos que estaban sentados a mi lado en el café hoy en la mañana; del calor que hace afuera a pesar de que estamos en febrero. Dejé, fiel a mi costumbre, de que el tiempo se me viniera encima, y ayer en la tarde me dediqué a leer los cientos de textos que enviaron mis compañeros de prepa a través del Whats’, donde debatían con respecto a cuales eran los mejores zapatos para escalar montañas. Cheque los precios de dicho calzado, las mejores marcas, el costo de las expediciones al Kilimanjaro, la temperatura en Kenia, me imaginé plantando la bandera mexicana en la cima.
Divagué pues. Me distraje, terminé no haciendo nada, sin escribir un épico soliloquio como el que Shakespeare le escribió a Marco Antonio, ese en el que dice que el presidente actual… perdón, que Brutus, es un hombre honorable, “un hombre honorable, como lo son todos”.
Y claro, por gente como yo fue que se aprovecharon los del PRI para aferrarse al poder, misma apuesta que hace el presidente actual y su aplanadora, que, como él admite, “no se confundan, somos lo mismo” (palabras más, palabras menos pues). Apuestan a que no hagamos nada, a que veamos pasar el día, a que encendamos la tele buscando la repetición de algún trepidante partido entre el Necaxa y los Tiburones Rojos, a ver la última serie de Netflix, a quedarnos viendo las imágenes de la marcha, a tenerle horror al Dracula, a Twittear nuestro descontento en 256 caracteres para luego criticar el último vestido de la Kardashian. A eso apuestan, a que divaguemos, a que nos distraigamos.
Yo, yo solo quiero convencer a AnaP de que venga conmigo. Cuando menos junto con ella duplicaré el número de asistentes a los de la marcha del pasado noviembre.
Quizá sirva para algo el estar allí, aunque seguro nuestras palabras caigan en oídos necios, esos oídos que escuchan aun menos que los sordos. ¿Pero qué? ¿Qué van a hacer? ¿Despojarme la ciudadanía? Ni que fuéramos el estúpido gobierno de Nicaragua, aunque allí parece ser donde nos encaminamos, a ese destino que me queda claro de que si no protestamos, no habrá manera de evitar.
Por eso allí estaré, levantando mi pancarta, divirtiendo a los pocos turistas que pasen por enfrente del Consulado Mexicano en San Antonio, en el edificio marcado con el número 127 de la calle de Navarro, este domingo 26 de febrero a las once de la mañana.
Esa, cuando menos, es mi intención.
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