curitas
- Miguel Esteva Wurts
- May 19
- 4 min read

De chavo, en casa estábamos tajantemente en contra de “Las Curitas”.
Cuando digo ‘estábamos’, obvio me refiero a que era mi madre quien estaba en contra del uso de “Las Curitas”.
Era: te cortabas, un sana sana, una enjabonada, untadita de merthiolate y ponías la cortada para arriba hasta que dejara de sangrar. A veces —dependiendo de que tan cerca era la hora de cenar y si había tiempo o no— se ponía la herida bajo un chorro de agua fría.
Supongo que en algún lugar mi madre leyó de que “Las Curitas” tapaban los poros y de que era mejor el que la piel sanara sola, que se recuperara con el tiempo. Algo así.
Lo digo porque ahorita tengo cuatro Curitas en dedos y mano, cubriendo cuatro ampollas abiertas porque hace un par de días hubo que ir a “airar” la tierra en un jardín (una ‘yarda’) de una casa de acá. Estuve dándole con la pala como tres horas. La verdad es que apenas saqué la pala de la cajuela del Hyundai, éstas manos de principe urbano del siglo veintiuno que tengo se pudrieron del miedo y decidieron iniciar el proceso de ampullación'.
¿Porqué no te llevaste unos guantes?, me preguntó AnaP, no sin cierta razón. Hubiera sido digamos, lo avispado —ponerse guantes. Después de todo, allí están en el garage, a un lado de la pala. Claro, si los hubiera usado, no estaría escribiendo acerca de “Las Curitas”.
La cosa es que cuando ayer hice una salsa verde y desherbé el pollo para las enchiladas que cenamos, anduve con el Jesús Mío de que una de las mentadas curitas (son de las que nomás se humedecen, se desprenden) se quedara perdida dentro de algún taco. Pero no hubo comensal que se quejara acerca de lo correoso del pollo, así que bueno.
La cosa es que mis Curitas se volvieron necesarias porque mis ampollas estaban encendidas con un rojo que los de Berol hubiera bautizado como “sangre viva”, por lo que eso de que si la piel se recupera más rápido o no, con o sin Curitas, tendrá que ser motivo de experimentos en manos ajenas.
Me preocupa el que una ampolla está justo cortando una de las tres líneas principales de la palma de mi mano derecha, la línea de en medio, que según los entendidos —en este caso Herr Google— es la “línea de la salud”, aunque parece ser que hay un debate entre distintos sitios porque igual esa misma línea podría ser interpretada como la “línea de la cabeza”, cosa que no muy entiendo. La otra cuestión es que algunos sitios recalcan que solo es la lectura de la mano izquierda la que destina el futuro, aunque otros sitios aseguran que se deben leer ambas manos. Curiosamente, ni los de Harvard Medical ni los de la Clínica Mayo han emitido una opinion final al respecto de la quiromancia, y me tuve que apoyar más Cosmopolitan.com que discurre al respecto en varios ejemplares. Vacíos importantes en la ciencia médica.
No es que no crea en la quiromancia, después de todo, un quiromántico en plena plaza de Coyoacán le advirtió hace añales a AnaP que tendría tres hijos varones con un güey quien tendría ampollas en sus manos.
La realidad es que veo “Las Curitas” en mis manos y me entra un cierto remordimiento de estar en contra de uno de los principios que forjaron mi niñez. De mi madre, heredé esa reticencia a hacerle mucho choro a una ampolla, una cortada, a un catarro, o a un dolor de panza. Con tantos que éramos en la casa, había que estar uno ardiendo en temperatura para quedarse en cama y saltarse la cena. Contagioso, delirando, ojo vidrioso, uno bajaba a cenar porque no había quien subiera nada al cuarto, y era preferible contagiar al vecino, que pasar hambre.
Agradezco a mi madre por haber creado esa capa, esa costra que rehuye el correr a taparme el dolor así nomás porque algo me molesta.
Aun así, hay momentos por las cuales pagaría por una Curita.
Este fin pasado, Nico se graduó como ingeniero. Sus hermanos vinieron, tan solo para verlo desfilar vestido en toga y birrete, darle un abrazo, estar con él un rato, estar todos un rato. Gusano se quedó dos días, Miki cinco. Así tocó, el que ahora estemos dispersos. Semos’ familia del siglo veintiuno. Tenemos suerte por supuesto, nos podemos dar el lujo de éstos escapes esporádicos a estar otra vez los cinco juntos, y de poder regresar de vez en cuando con el resto de la familia, de poder comunicarnos con los tres aunque sea por medio de una pantalla, de recibir sus textos, sus fotos, de conocer a sus novias, de vernos unos días.
Momentos.
Gotitas de miel, les llama una amiga.
No hay nada como estar con ellos, escuchar sus pisadas en la casa, sus guitarras, sus argumentos en el asiento trasero del coche discutiendo acerca de cual de los Skylanders era el mejor, comer con ellos -verlos comer-, platicar, verlos como los tres se sientan para que su madre les corte el pelo, reconocer dichos, movimientos, sentimientos de cuando eran chicos, de ver el tiempo pasar a través de ellos, darles un beso de buenas noches.
Otro en las mañanas.
Para cuando los dejamos en las puertas del aeropuerto, para cuando se regresan con la novia, o cuando toca despedirnos en la puerta sin saber cuando será la próxima vez que nos veamos, para esos momentos, pagaría por tener una mísera Curita que me protegiera sin importar taparme los vacíos que se me forman.
Pero no la hay. Solo espero recuperarme con el tiempo, poner la herida abierta bajo un chorro de agua fría.
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