AnaP luego se queja de que no externo lo que siento, pero soy hombre (y mexicano para colmo) por lo que tengo la obligación de embotellar mis sentimientos, allí dejarlos, alimentarlos con telarañas, hasta que brotan en forma de úlceras del tamaño de tiernos globos terráqueos en mis interiores. Pues bueno, para intentar sacar aquellos demonios internos que me arrastran al infierno, externare algo íntimo.
La verdad, y sin pena a negarlo, durante mi infancia todos mis chones fueron blancos. El asunto era bastante socialista, las marcas de tu ropa interior no importaban, porque pues, porque no importaban. Las opciones con respecto al color de la prenda radicaban en una línea, un solo hilo en la tira del resorte que bien podía ser azul o rojo, y a veces, en los casos mas atrevidos, ambos. Los míos eran Rinbros, y las posibilidades de graduarme a unos Trueno una vez que llegara a la edad adulta, estaban casi aseguradas. Esa progresión parecía tan inevitable como casarse, solo que sin fiesta. La prenda era blanca y no había de otra -porque no había de otra- porque no era de incumbencia más que para el usuario. Pero luego llegó la adolescencia y de repente surgieron los boxers, duplicando las opciones en la gama de colores posibles, con unos azules claritos en un muy poco atractivo algodón semi transparente. Compré mis primeros bóxers azul cielo sintiéndome un Kandinsky de lo avant garde, dispuesto a presumir mi tan atrevida decisión, pero sin nadie con quién hacerlo. Ya luego se dejaron venir las opciones: que si en cuadritos imitando camisa de leñador canadiense, que si rojos o verdes, que si con estampado de globos aerostáticos o impresos con pequeños jardines de orquídeas susurrantes. El ir a comprar ropa interior se convirtió en un suplicio, un abanico de posibilidades jamás visto en la historia de la humanidad, enfrentándonos a situaciones y decisiones que los próceres de la patria jamás tuvieron que combatir, y levantando cuestionamientos que nunca han sido resueltos en los libros de historia de la SEP, como por ejemplo ¿qué usaba Miguel Hidalgo debajo de esa sotana negra? ¿dejaba todo colgando libre cual de campanario con unos boxers? ¿Y La Corregidora? ¿usaba algo que no fuera de lana y acabados en cuero? ¿Y en qué tonos? Las preguntas sin respuesta eran interminables.
Que ande yo contando tanta intimidad surgió porque durante la pandemia ya andaba con una selección en mi cajón que reclamaba relevo. Me lancé al Target, porque tampoco esta la cosa como para andarme comprando unos de marca rimbombante, así que entre el pasillo de la fruta, verdura y el menaje de cocina, encontré un paquete de tres que presumía sobriedad en tonos azules, porque vamos, voy entrando a una edad donde la mesura en la vestimenta es indispensable. Pensando en la sobriedad al vestir, no pude dejar de imaginar a Don Benito Juárez, él, con su eterno look de “¿dónde es el siguiente velorio?”, preocupándose de lo mismo que me asediaba al momento de sacar la tarjeta de crédito en la caja. En las cajas rápidas fue donde visualicé al Benemérito, regando sus geranios en el patio de losas rojas de su casa en Guelatao, camiseta ombliguera de los Cowboys, shorts a media nalga presumiendo el tat’ de “I corazón Margarita”, y Crocs piratas amarillos, decidiendo si dictar la del respeto al derecho ajeno, o mejor lanzarse al WalMart para adquirir sus chones de abejorro mostachón.
La cosa es que la tercera “prenda íntima” del paquete adquirido en el Target, la que venía escondida debajo de los azules sombríos y elegantes, resulto ser un ejemplar estampado con flores marinas, en azules obscuros y claros, que son, ya sea un jardín subacuático, o el último camuflaje de batalla que usaran los Marines para cuando tengan que luchar en contra del Aquaman. Entiendo que el AMLO dice que quesque odia todo lo material y es muy espiritualón y que por eso el pobre vive marginado en un Palacio y todo, pero ahora ando muy agradecido con el capitalismo “neo liberal” que me ha dado la oportunidad de tener esta prenda dentro de lo que Mary Kondo marcaría como “mis indispensables”, y que me trae cierta felicidad, y por lo menos de manera momentánea esconde a los demonios internos que me arrastran al infierno de cuando todo era en blanco.
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