Summer's end came faster than we wanted
Come on home
Come on home
No you don't have to be alone
Just come on home
Summer’s End - John Prine
La portada completa del NY Times del domingo pasado fue un obituario dedicado a quienes han muerto por el Covid19. Esta lista de mil nombres se publicó tanto en la versión impresa del periódico, como en la del Internet, en honor a que entre hoy y mañana estaremos llegando a los cien mil muertos en los EUA. “No tendremos más de sesenta mil muertes”, nos prometió el presidente de acá hace un par de meses, contando muertos como si se tratara de un presupuesto.
El NYT publicó la lista por fecha de deceso. Nombre (en negritas), edad, ubicación, y algún detalle con el cual recordar al difunto.
Jesús Román Menéndez 49 años, Nueva York, era reconocido por la birria que preparaba. Jermaine Ferro, Florida, 77 años, tuvo poco tiempo para disfrutar su matrimonio. Susan McPherson, 74 años, Florida, amiga leal y generosa. Jessica Beatriz Cortez 32 años, Los Angeles, emigró a los EUA hace tres años. Horace Sanders 96 años, Maryland, sastre. Así nomás, sastre. Harvey Bayard de 88 años, de Nueva York, creció enfrente al viejo Yankee Stadium.
Mi lectura se interrumpe porque clarito escucho la voz de mi papá, Miguel Esteva Z, 84 años, CdMX, repitiendo en su voz de comentarista de radio de los cincuenta “el viejo Yankee Stadium, hogar de los odiados Yankees”.
Son las 3:24am. Me desperté, me bajé. Insomnio. No me ocurre demasiado, pero aquí estoy. Me fui a dormir sin sentirme del todo bien hace cuatro horas. Después de un sueño que no me acuerdo de qué fue, pero que obvio fue muy intenso porque me desperté respirando agitado, aquí estoy en la cocina escribiendo, porque en medio de no poder dormir me entró miedo de ya no poder escribir. Rosita ronda a mi lado, trata de pescarse una mosca que se coló después de la tormenta de anoche. Mi gatita me observa sin entender porque estoy ocupando este, su espacio de libertad nocturna.
Los que aparecen listados en el NYT ya no tienen insomnio. Ni tendrán buenas noches, ni darán buenos días, ni sufrirán de sueños interrumpidos. Eso nos lo dejan a nosotros, a los que nos quedamos a recordarlos. Siento obligación de hacerlo, de recordar. Y de esos muertos sin nombre, me transporto a los abandonados en las fosas, a todos los que ha matado la violencia del narco en México durante todos estos años. A los 43. Me entra remordimiento de no saber nada acerca de los 43. No sé si le iban a lo Pumas, al América o si solo querían estar con su chava. Pienso en las fosas, en tanta muerte, vidas y nombres perdidos sin recuerdos.
Este olvido es lo que intenta evitar el NYT. Toby Adolph, 44 años, Chicago, emprendedor y aventurero. Marty Derer, 56 años, Nueva Jersey, le gustaba ser árbitro en partidos de basket.
La lista solo incluye a quienes han muerto acá en los EUA. No dice que son los primeros cien mil. Solo dice el número, cien mil. No dice nada de los que han muerto de tristeza… se están muriendo de tristeza: las viudas, las mamás, los hermanos, los novios.
Tres cuarenta y uno de la mañana. Escucho que Rosita le está entrando a su plato de croquetas. Mis hermanas se burlan de ella porque es una gorda. Regresa con los bigotes mojados de beber agua de su cubetita. Se estira a mi lado, me ve con cara de que quiere que apague la luz, de que me regrese a dormir a mi recámara.
La lista del NY Times no habla de los más de siete mil muertos en México, de los más de veintidós mil en Brasil, de los veintiocho mil en España.
Acá los negocios ya abrieron. A medias, pero ya abrieron. Restaurantes, bares, algunas tiendas. Miki y Nico empiezan a trabajar esta semana, se irán tapados, cubre bocas, guantes, aleccionados a guardar una sana distancia. Chance eso sea lo que traigo, lo que no me deja dormir, el que después de cien días tengamos que empezar a salir a enfrentarnos a lo que venga. La cosa es que tarde o temprano, tendrán -tendremos- que salir, porque nos guste o no, dentro de un par de meses, Miki se regresa a Austin a UT, los otros dos regresan a la prepa. La vida no se necesita detener.
John Prine, 73, Nashville, cantante. Nico descubrió la música de John Prine hace como cuatro meses, poco antes de que todo explotara. Hace apenas el otro día, mi cuate de la universidad, Tim Bauman, 53 años, Rochester, me admitió que escuchó la canción de John Prine, “Mexican Home” mil veces la noche en la que murió su papá, hace poco más de un año. La mayoría de lo que canta John Prine es él, solo con su guitarra, canta una historia, narra un cuento. Leí su biografía el otro día: saliendo de la prepa se alisto, regresó a chambear de cartero, agarró la guitarra y terminó cantando junto con Bob Dylan, Bruce Springsteen. A mí me gustan varias de sus canciones, creo que “Summer’s End” es mi favorita aunque “In Spite of Ourselves” me hace pensar en AnaP, en nuestra relación.
Leo el encabezado del mensaje de ayer del presidente en México. Admite se perderán más de un millón de empleos por la crisis del Covid19. No importa, agrega, se generarán dos millones en un abrir y cerrar de ojos. Pienso en atole y en dedos, porque como acá, la lista de nombres en México crece. Los muertos ni siquiera reciben una mención del hombre detrás del micrófono, ni siquiera parecen merecer su sonrisa sardónica. Son cuerpos cremándose dentro de bolsas de plástico, son cifras, son parte de un balance, son un listado de Excel.
Swarellita Redmond, 52 años, Riverdale en Illinois, la menor de 21 hermanos. Supongo que después de veinte hijos, los papás de Swarellita habrán recorrido una gran gama de nombres hasta llegar al de Swarellita. Dennis Alan Brad, 29 años, Colonie, Nueva York, será extrañado en Mad Jack Brewing. Julian Anguiano-Maya, 51 años, Chicago, el alma de la fiesta.
Miguel Esteva W, 53 años, San Antonio, esposo, papá, hijo, escribiendo.
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