Repitan conmigo: “le creemos porque usa una bata blanca”.
Estamos a punto de concluir julio, lo que significa que Miki está a días de regresar a Austin, al campus de UT. De todas las universidades en los Estados Unidos, UT es la que tiene más casos detectados del Covid19, cosa que como pater familias, tranquiliza. Se irá a vivir con un par de compañeros, ambos mexicanos, a un departamento que rentamos desde el pasado diciembre, cuando el virus apenas rondaba en las páginas “de hasta atrás” de los periódicos. Cuando el infalible autocrático líder color naranja aun no lo catalogaba de fake news. Aun no había líderes no usando cubre bocas para comprobar su falta de liderazgo. No como ahora, cuando estos líderes descubiertos gritan, “soy macho, no tengo idea de lo que hago, pero mañana cambio de opinión. Chance”.
Miki regresó a la casa para Spring Break en marzo, y ahora se le cuecen las habas por volver a su universidad. Cuando llegó se rumoraba de que quizá extenderían el periodo de descanso una semana. Dos cuando mucho, nos avisaron las autoridades universitarias. Todavía, justo antes del ‘esprinbrei, Miki andaba dudando si irse con sus cuates a la playa, aunque al final del día el viaje se le salió de presupuesto. Resignado se retachó a casa. Aquella semana se escuchaban murmullos de que cerrarían la frontera, así que fui con Nico a Austin a recoger al amigo de Miki, quien vivió una semana en casa con nosotros antes de irse a la CdMx. Cuando lo recogimos en su dormitorio, dejamos a una amiga de ellos, chihuahuense ella, llorando inconsolable a la entrada del edificio. Le ofrecí aventón. No, no gracias, me lloriqueó. Me sentí cuál Sophie, la de la decisión. Esa semana fue la de la inolvidable primera ida al súper: las colas para entrar; gente cuchicheando en conversaciones nerviosas; máscaras hechizas -la mía elaborada con mi vieja camiseta azul, esa que usaba de pijama y que olía a mil puestas-; y el pasillo del papel higiénico vacío, resguardado por un empleado del HEB, mamá osa cuidando a sus críos.
Y ahora que Miki está contando los días para regresar a clases (mismas que serán todas en línea), alejado de su padre quien tiene la osadía de desmañanarlo a las diez de la mañana (¿por, Pa?), o de decirle que maneje con las dos manos en el volante (¿para, Pa?), siento que lo estamos regresando a la guerra sin cubre bocas. Confío en él, por supuesto. Confío de que se va a cuidar. En qué conoce sobre los riesgos. Después de todo, ya tiene veinte años, y me guste o no, ya es un hombre quien tiene que tomar sus propias decisiones. Estoy seguro de que se cuidará, de que se despertará todos los días antes de las diez de la mañana a encender su iPhone o su ThinkPad para tomar sus clases en línea, porque en esto se convirtió su experiencia universitaria, a ver al profesor brincando frente a una pantalla moviéndose cual píldorita frente al pizarrón explicando tal o cual teoría. Estoy convencido de que sabe de que éste no es el momento para tomar riesgos innecesarios, de que cualquier salida la tendrá que hacer con cubre bocas, de que cantará las primeras dos estrofas del Himno Nacional mientras se lava las manos para que el virus se desmorone con sus veinte segundos expuestos al jabón, deshaciéndose cual Dracula admirando el amanecer. Aun así, no puedo más que estar tenso ante el hecho de que se nos vaya.
Acá, los otros dos, los que siguen estudiando en la prepa, todavía están bajo nuestro yugo. Teníamos la opción: mandarlos a la escuela a contagiarse y a poner a profesores, administradores, los de intendencia, papás, vecinos, amigos y demás conocidos en riesgo, o a que tomaran sus clases virtuales. Hmmm. Había que tomar la decisión porque acá las autoridades estatales dijeron que si no había clases “físicas” dentro de un recinto escolar, cortarían fondos para las escuelas públicas, porque bueno, así se las manejan nuestras autoridades estatales, embrujadas por el infalible líder autocrático color naranja. Supongo que nuestras autoridades ya determinaron de que en Tejas la situación esta rete controlada. De verás amigous esta controlada, nos dicen, aunque los números sigan multiplicándose. Y es que las autoridades ya vieron que acá no se propaga el virus gracias a que decidimos creerle a la mujer esa del video que acá ha causado todo tipo de revuelo, a esa mujer perteneciente a una asociación de doctores (chance médicos, chance espiritistas) con mirada de recién despertada después de una cruda macabra, mujer quien nos recalca lo obvio, lo que ya todos sabíamos: 1. de que hay aliens que impregnan a nuestras mujeres con su semen diabólico, y 2. de que el uso de zinc combinado con baba de perico sirve para detener al Covid19.
Así que acá nos tienen prendidos de un hilo, la angustia en la garganta con el regreso a clases.
Y todo porque le creemos a una ‘ñora que usa una bata blanca.
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