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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

¡Alcalde!




Nadie supone, así de repente, entrar a un coliseo y formar parte de la versión local de Gladiator/Beyond Thunderdome. Menos, él que esto ocurra un martes a las ocho y media de la mañana, así, sin previo aviso y ni siquiera una taza de café. Pero allí estábamos, sentados Nico y yo en el Mazda, ventanas cerradas, respirando nuestro vaho a través de los tapabocas, esperando entrar al Coliseo. De reojo comprobé que tenía el tanque de gasolina lleno por si había que meter primera, arrancarme, huir de un inminente ataque zombie. En silencio me encomendé a mí xoloescuincle de la guardia.


La cosa es que a Nico se le subió la temperatura el sábado. Chance tuvo fiebre desde el viernes en la noche. Chance. Pero el que se sintiera mal el viernes en la noche se lo achaque a los no sé cuantos pedazos de pizza que tuvo a bien zamparse. Total, el lunes en la tarde, con Nico ya sintiéndose bien pero aburrido de llevar días encerrado cual Carmelita descalza en clausura monástica compartiendo su soledad con su compu, su iPhone y su guitarra -misma que ahora que lo pienso, cuando termine esta encerrona tendremos que bañar en alcohol, cloro y demás líquidos desinfectantes aunque la disuelvan y conviertan en un mazacote al que ni John ni Paul ni George le puedan arrancar un re sostenido- decidí el ir a que le hicieran su prueba del Covid19.


Tras varias llamadas a centros de atención médica locales, y en viendo que desde ya hace mucho deje de tener un alma que vender, aproveche el que acá ‘habemos alcalde’, el ubicuo “Mayor Ron”. Al ver el tamaño de la bronca, el Mayor Ron creó centros de atención gratuita (ok, ok, con nuestros impuestos) para poder hacer miles de pruebas a mis coterráneos. Así que mientras en los centros de atención médica privados te reciben con un ‘show me the money!’, en los centros de atención que abrió el Mayor Ron, lo único que necesitas es llegar en troca’, no toserles encima a los policías de la entrada, y tener síntomas para ser examinado, este último requisito, por desgracia, Nico cumplía a creces con su fiebre y con un ‘Pa, me siento mareado’.


Mi cuñado dice que para ser hay que parecer, así que le dije a Nico que antes de ir se pusiera dos tapabocas: un azulito celeste de los desechables -de los que vienen treinta por cajita y que seguro son fabricados en China por cientos de trabajadores quienes intercambian su vida laboral por siete semillas de habichuelas mágicas- pero que igual se pusiera ese tapabocas desechable debajo de uno de los de tela, de esos que nos costaron cinco dólares porque pues tampoco hay que parecer como que andamos mendigando con los desechables. Le di un par de guantes azules de látex para que combinara, y salimos de la casa: él vestido cual astronauta de la 4T en época de austeridad, sin traje ni casco y zapatos en mano, y yo en shorts, huaraches y mi tapabocas N95, mascarilla que a estas alturas ya respira solita.


Así armados nos dirigimos al Coliseo, uno de los lugares asignados por Mayor Ron para llevar a cabo las pruebas. Como nota educativa, y no es por andar presumiendo de que si mi coliseo es más grande que el tuyo, pero el de Roma…bueno… piedras a medio derrumbar, solo cuenta con derecho de apartado de sol, y neta, así neta, esta de mírame y no me toques. El de acá, aire acondicionado, máquinas dispensadoras de Coca-Cola a cada cien pasos, asientos numerados, pantallas gigantes. Nomás digo. Al final de cuentas no entramos al Coliseo, nos enfilaron (dentro del Mazda) al deposito/granero/almacén gigante detrás del Coliseo, y nos recibieron con un ‘ni te atrevas a bajar la ventana más de una pulgada’, unas pinzas de como metro y medio mediante las cuales nos entregaron una bolsa de plástico, frascos y q-tips, e instrucciones para que Nico les diera una muestra de saliva.


Como espectáculo de Coliseo, dejó mucho qué desear: no hubo batallas campales, ni bacanales, ni peleas a muerte con bestias importadas del ‘África profundo’, ni vimos al gladiador Maximus peleando con tridentes. Pero vamos, como servicio de lo que podría ser medicina socializada (perdón perdón, no “socializada”, una medicina “incluyente, general y pagada con nuestros impuestos”, no vaya a ser que la palabra asuste y ofenda a quienes gusten pagar primas, deducibles, co-pays y demás por el mismo servicio), fue espectacular, una pequeña muestra de lo que podemos hacer si tan solo enfocamos y unificamos esfuerzos.


Tampoco sucedió de que un venerable galeno, maletín de cuero negro en mano, estetoscopio enredado en el cuello y sonrisa apapachadora, haya llegado a casa a comunicarnos la mala noticia como visualizarán los defensores de las viejas costumbres. El texto fue preciso, frío y llegó sin bata blanca ni anuncio previo a mi teléfono. Tienes Covid19, decía, cuídate, y si te sientes mal, acude a tu ‘proveedor de cuidados de salud’ que es como ahora acá bautizaron a los herederos de Hipócrates.


Se ha sentido bien, mi hijo. Lleva toda la semana encerrado en su habitación. Me lo encuentro viendo videos, hablando con sus amigos, tocando su guitarra, cada vez que subo a dejarle su comida en la mesita que le improvisamos en su cuarto. Come solo, vamos, hasta Rosita su gatita, tiene prohibido entrar al cuarto a estar con él. Se tapa la boca a toda velocidad cada vez que entro a verlo, hablamos a través de capas de microfribas protectoras. Los trastes que me regresa vacíos los enjabono veinte veces antes de meterlos a la lavadora. Las manijas de las puertas ya queman de tanto cloro que les he untado. No sé si alguna vez pasemos la etapa de intentar descubrir como fue su contagio, no sé si a estas alturas importe demasiado. Creemos, pensamos, que fue porque estuvo aquí, o cuando estuvo allá, pero no sabemos. Lo que sí sé, es que extraño el que se ponga a tocar su guitarra sentado en los bancos de la cocina; el que llegue todo sudado después de haber corrido sus seis millas; el verlo preparándose su segunda cena a las once de la noche porque las cuatro quesadillas de las nueve no fueron suficientes; el despedirse rápido rápido porque se tiene que ir con sus amigos. Extraño el que este con nosotros, pues.


Entiendo muy bien que nos ha ido muy bien, que aun no la libramos, que nos tenemos que seguir cuidando, seguir encerrados. Que los tapabocas, los guantes, el alcohol, el cloro y el aislamiento son, ahorita, nuestros mejores aliados, nuestras únicas defensas. Solo no quería dejar pasar esta oportunidad para aprovechar el dar las gracias al Mayor Ron y a todo su equipo. También muy, muy agradecido al Doc Dani, quien a través del iPhone, pero cual médico de la vieja guardia, maletín de cuero en mano, estetoscopio colgando del cuello, sonrisa tranquilizadora, consejos oportunos, ha estado al pie del cañón con respecto a la salud de mi hijo. Así que, hasta que pueda agradecerte en persona, tomarnos un tequila, compartir un asado, muchísimas gracias.

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