1. Ayer fue día de super, y el refri amaneció cual cuerno de la abundancia. AnaP, sintiéndose Amazona cazadora de mamut, armada con guantes de los que se compraron a principios de año escolar para el laboratorio de química de Nico, una home-made mascarilla y la AmEx, se lanzó al súper con nuestra enorme lista. Cuando regresó, yo fui el encargado de descargar y encontrarle el espacio a los víveres mientras ella se bañaba, enjabonando al maldito virus hasta desintegrarlo. Ahora, abrir la puerta del refri es encontrar un gélido paraíso lleno de opciones. Apenas ayer por la mañana, abrir esa misma puerta era el encontrarte cara a cara con el silencio enojado de un solo jitomate, enfrente de y enfrentándose a, un bote medio vacío de catsup. La cantidad de tortillas que trajo me recordó al ir a la tortillería de la calle de Ricardo Castro por tu medio kilo, y el señor de justo enfrente, el encargado de alguno de los restaurantes de la zona, pidiendo veintiocho kilos de tortilla sin que hubiera reservas sobre el mostrador por lo que no quedaba opción mas que observar a la tortillera, una mujer morena quien lucía unos escotes hasta que terminó encinta, pescando las tortillas individuales de la máquina y contando los kilos con una parsimonia que te querías ahorcar. Por otra parte, seguimos sin tener ni Nutella ni cajeta. 2. Cada x tiempo sale en las noticias sobre la muerte de alguien de quien siento debí haber sabido sobre su existencia. Claro, entiendo lo imposible de conocer a todo el mundo, aun así, en las noticias listan los logros del ahora finado y me hacen sentir cual chícharo de seguir enfrascado, leyendo el mismo libro (Sweet Tooth de Ian McEwan) que empecé desde la semana pasada. No es mi favorito del buen Ian. Pero bueno, ¿quién soy yo para criticar? Aun así, como que se atasca en ciertas descripciones y yo junto con él. 3. Estamos a la espera de que lleguen los monstruos. Por lo menos así se siente. Entre el bicho maldito y el verano. Ya nos avisaron que no saben cuándo (si es que) abrirán la alberca de la colonia, o sea que sumando los miles de meses que llevaremos encerrados más el calor de verano de acá, la cosa no pinta bonito. Ahorita parece como que alguien le puso el botón de pausa a la película, y estamos esperando a que regrese quien se levantó por un refill de popcorn, para terminar de ver como se desenvuelve la trama. Los veranos en la alberca de la colonia, el grupo de latinoamericanos que vivimos acá nos juntamos para hacer lo que los expertos definen como el “no-distanciamiento social”. Los gringos nos ven sin entender porque en las tardes nos reunimos entre uno y veinte adultos debajo de la sombrilla de hasta allá, gritando y discutiendo cual comadrejas alrededor de una mesa del tamaño de la de una de palapa playera, compartiendo toallas, repelentes, bloqueadores, nueces y papas. Yo marco distancia cuando se trata de mi cerveza, porque tampoco. Pero es allí donde pasamos las tardes de los veranos, tardes que a estas latitudes se extienden hasta que el alberquero nos dice, con tono de please my God, que ya está cerrando la alberca y que, como de costumbre, solo quedamos los latinoamericanos y nuestros hijos, quienes hacen lo mismo que nosotros excepto que dentro del agua. 4. No creo ser hipocondriaco, pero cada vez que trago saliva, siento clarito que tengo la garganta raspada aunque no sea cierto. Hoy me desperté con un ligero dolor de cabeza, y dije, no pues agárrense, aunque resultó que lo único que necesitaba era cafeína. Ayer, el cambio de temperatura entre el exterior y el interior de la casa provocó el que tosiera un par de veces. Nada grave, solo un cof rápido. Antes no me hubiera ni percatado. Ahora lo traigo entre ceja y ceja. 5. Ayer en la noche jugué dominó con mis tres muchachos. Solo nos falta el haber estado jugando sobre la banqueta de una calle así de angosta, encima de una mesa desvencijada, despostillada, alguna vez pintada en color azul cielo, sentados en unas sillas de madera igual de viejas y despintadas, camisetas blancas sin manga, vaso de ron, habano en mano, barriga expuesta, tener apodos como El Flaco, Candito, o Yoyi, y estar admirando el paseo de mujeres que desprenden aroma a arroz con pollo, ropa vieja y frijoles cubanos, pero eso sí, con traseros importantes envueltos en unos diminutos shorts de los de tela de toallita, para ser personajes dentro una novela de Leonardo Padura. Dependiendo cuánto dure esta cuarentena, es probable que terminemos así. Lo que sí, es que ya se me antojo re-leer al maestro cubano. Nota al margen: una amiga acaba de traernos cajeta. ¡Un frasco enoooorme! Al rato le imprimo su pase directo con todo y código de barra, para que que su camino al Valhalla este pavimentado (¿untado?) con este indispensable dulce de leche.
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