Lucia acaba de postear una foto en blanco y negro de la casa donde estaba el Edron. Campestre No. 3, en San Angel, entre Reyna y Arturo. Cuando el Edron se mudó en 1985, la casa permaneció unos años abandonada, luego la derrumbaron y el terreno quedó baldío otro buen rato. Ahora allí construyeron una casa al más tradicional estilo búnker narco. Cruzando la calle, justo enfrente, estaba el terreno baldío donde entrenaba el equipo de rugby del colegio. Yo nunca fui invitado a participar en el equipo porque esencialmente pesaba lo mismo que el balón. De aquel lado de la calle, en la casa que hacía esquina entre Reyna y Campestre, vivían unas hermanas que asistían a una escuela de monjas y que nos observaban con una mezcla entre terror y envidia. Fue en esa casa de la esquina donde una tarde, al terminar clases a la 1:30pm, las sirvientas sacaron una canasta llena de gatitos para regalar. Nos terminamos llevando un gatito negro a quien bautizamos como Ciotu (CO2 - en honor a las lecciones de química de Mister Addison), y quien fue uno de los múltiples felinos que Georgina mi hermana adiestró hasta convertirlo en el clon amanerado de Walter Mercado. Terminamos en el Edron porque mis papás estaban “hartos de tanto Periférico”, así nos dijeron. Al Edron llegábamos en siete minutos caminando. La cosa es que mis Jefes ‘encargaron’ (así nos dijeron) a mi hermano el año que empecé en el Edron, o sea que sus viajes al Junípero -el matutino de mi Jefe y el vespertino de mi Jefa- continuaron durante doce años. Resulta difícil explicar qué dentro de ese edificio sucedía todo: debates, obras de teatro, exposiciones, amistades, pleitos, reconciliaciones. Trescientos alumnos desde primaria hasta prepa, conviviendo, planeando, estudiando, en recreos y fiestas. Solo los niños del Kinder estaban en otra casa, a dos cuadras, sobre la misma calle de Campestre. La foto en blanco y negro que puso Lucía en el Feis está tomada desde el patio, a un costado de donde estaba la tiendita. La vista es hacía la fachada principal de la casa. En la primera planta, del lado izquierdo de la entrada al edificio, está la oficina de Mr. David el director, justo debajo del salón de clases de Ms. Bostock quien daba clases de primaria y a quien nunca tuve como maestra pero a quien temíamos porque era quien entraba a regañarnos al common room cuando nuestras disertaciones filosóficas del mediodía envueltas entre cigarros y cerveza, subían de volumen. Abajo, a la derecha de la entrada, está el cubo donde Madame Pardo y luego Madame Felicity daban clases de francés. Mi primer año (Form 1) empecé con Madame Pardo, pero mis papás, al ver que no progresaba del bonjour, me mudaron a la clase avanzada donde llegamos a dominar el bon soir. Regresando de las vacaciones de aquel primer verano, Madame Pardo nos sorprendió portando un turbante blanco, y sus clases, que antes eran lánguidas, se desaceleraron hasta adoptar el pausado y rítmico cantar de monjes de la montaña. Circularon rumores de que se había unido a la comuna de mexicanos con turbante que ocupaban la casa enorme en la subida de la calle de María Luisa a tres cuadras del Edron, sitio donde mis papás compraban un pan desabrido cubierto de ajonjolíes que se resquebrajaba muy fácil, pero nunca pudimos corroborar el chisme, sobretodo porque Madame Pardo llegaba a la escuela en su vagoneta Rabbit azul. Madame Felicity entró para darnos clases de francés en Form 3, el último año en el que batallé con el subjuntive irreguler, lo que quiere decir, por supuesto, que ahora recito muy bien los colores en francés, puedo decir bonjour casi como nativo, y participar en un petit dejeuner ordenando un croissant con cierta autoridad. Madame Felicity era más joven, más dedicada como maestra, y avanzamos bien con el francés hasta el día en que alguno de nosotros nos dimos cuenta de que no usaba ropa interior, y de allí perdimos la concentración y el poco interés por aprender el idioma. Los laboratorios, el de biología y el de química/física, estaban al final de un pasillo hasta el fondo de la casa, fuera del alcance de la foto, a un lado del tanque de gas estacionario, y de donde dejaban las bicis, Mihai estacionaba su Vespa Ciao y Mr. Burns su Moto Islo color verde. Carolina detestaba a Mr. Burns, principalmente porque no enseñaba nada durante sus clases excepto leer, releer y volver a leer El Llano en Llamas, poniendo especial énfasis en la de Justino, diles que no me maten. Eso, y presumía que había pasado una noche en la cárcel, y que uno no era nadie sino hasta pasar una noche entambado, cosa que alteraba los nervios de mi hermana a sus trece años. Tampoco se aprecia en la foto el gimnasio/auditorio donde tomábamos nuestra clase de música con Miss Abbott. Esta clase no se limitaba a ser una simple clase de “música”, era una clase de “apreciación musical”. Para Form 1, yo escuchaba casi en exclusiva a Cri-Cri, excepto por los clásicos interpretados por las orquestas de Paul Mauriat y la de Ray Conniff, los dos discos de “adultos” que había en la casa. El Edron, a través de Miss Abbott, con esa beta de escuela reventada, se dedicó a enderezar el rumbo de mi apreciación musical cuando nos pusieron a cantar clásicos como “What shall we do with the drunken sailor?” y “Sansón y Dalila”… no la opera, sino ese rolón donde el coro es “clip clip clip went the scissors” para cuando le cortan el pelo a Sansón, y que a estas fechas de encierro de repente me descubro tarareando porque me recuerda el que me urge cortarme el pelo. Le mandé la foto a Carolina. Esa no es mi memoria del Edron, me dijo sin reconocer el edificio. Algunas veces siento que ella cree que invento mis recuerdos. Hay veces que así también lo creo yo.
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