Diez (terminaron siendo once) cosas desconectadas (creo):
1. Hablando de proyectos, necesito clases para aprender a saber cuándo es que algo ya se acabó. Resucitar muertos se lo tengo que dejar a los dioses o al Doctor Frankenstein. 2. Terminé “Soy Pilgrim” de Terry Hayes. No me encantó. Chance porque soy la antítesis de aquellos protagonistas que sé la saben de todas… todas. De esos personajes que se desenvuelven en múltiples idiomas, y de que de las lenguas que no hablan, pueden recordar las palabras que aprendieron al estar presos veinte minutos en un campo de concentración en la jungla donde se hicieron amigos del guerrero Bantú que les enseñó esas diez palabras que ahora usan para escapar de las manos de un terrorista consumado; aquellos que, armados con un martillo y sin googlearlo, construyen una catedral con capacidad para 500 feligreses, retablo gótico, estacionamiento, y rampas para discapacitados- en media hora. Yo, todo Home Depot a mi disposición, y nomás nada, ni siquiera me acuerdo como decir maneral en inglés. Disfruté la primera mitad del libro, cuando describe todas las maldades del terrorista. Lo terminé porque ya llevaba como 350 páginas invertidas y porque al Gusano le pareció lo mejor de lo mejor. Ahora él lee “El Padrino”. Lo que sí, esto ha servido para regresarlo a leer, recordar lo que es perderse en un libro. Me encanta verlo enroscado en su sillón azul, libro en una mano, la otra enredada entre su pelo lacio. Yo empecé “Sweet Tooth” de Ian McEwan. 3. Estamos prensados viendo The Office. Todas las noches vemos tres o cuatro capítulos. El único que no le entra es Miki, que no quiere picarse, dice. Entrada la noche juega Fortnite con sus amigos de la universidad. Durante el día, estudia a ratos, en las tardes sale a andar en bici. Pedalea con sus cuates de la prepa, circulan durante horas. De vivir en Manchester, 1978, serían pandilleros hooligans buscando a quien madrearse; acá son un club de ciclismo. El lunes regresa a sus clases en línea: física, matemáticas, ingeniería, e historia de Grecia antigua. Me mata de orgullo el que le vaya tan bien, aun a pesar de que anda peleándose con física. El otro día me escribió un párrafo muy lindo. No obstante sus palabras, cuando pienso en mí en estos días, la palabra con la que me describo es, fraude. Tipo Michael Scott. 4. Mi capacidad por decir estupideces parece infinita, como lo constato a golpe de pleito ahora que estamos encerrados. Casi 54 años y nomás no aprendo. Supongo que mis últimas palabras, cuando ya no tenga un latido disponible, serán ofender a alguien. Espero que no, pero seguro que así será. Por otra parte, ya no me enteraré. 5. Estoy sentado en los campos de béisbol de la colonia en una banca tapizada con borlas cargadas de polen de los que sueltan los robles, y que provocan alergia en mitad de la población. Es viernes y los únicos que estamos acá (aparte de las hormigas quienes por suerte me andan ignorando) son tres señores que andan tomándose un café en la tiendita de los campos. Por lo lejos que están, no distingo si están a los reglamentarios seis pies de distancia, uno del otro. Cada que se crea un silencio en el tráfico de la 281, escucho que la están pasando rete a gusto. Se nota que no es su primera vez escapándose a chacotear. 6. En el camino me topé con muchas mujeres caminando solas, o con sus perros, empujando carriolas, o platicando con amigas. El otro día le entró a AnaP la tentación al ver a una niña circulando sola en su bicicleta por la calle. Espero que las cosas no desemboquen a tal grado de que se pierda esta libertad para las mujeres de transitar sin preocupaciones, aparte de las que les la vida diaria. 7. Me concentro bien sin música, pero cuando Nico nos pone su mezcla de canciones, me encanta escuchar y trabajar. Sus gustos musicales son muy amplios, igual pone a sus Grateful Dead que a Frank Sinatra. Toca su guitarra durante horas, luego cambia y practica Nocturna de Chopin en el piano. Aparte de ser feliz, si hay algo que le deseo, es que tenga la oportunidad de nunca alejarse de ese amor, a pesar de todas sus trampas y complicaciones. 8. Creo que si a algo siempre le tuve miedo es convertirme en un artista desprendido, engreído, sintiéndose superior solo porque hace lo que le gusta. Y sin embargo, creo que aquí estoy. Nomás usando la palabra “artista” por el amor de dios. La vida parecía más resuelta, aunque más estresante, del otro lado de la barrera. Ahora es una lucha constante entre lo que me queda de mi ser “práctico”, y la serenidad que encuentro al escribir. Los días transcurren, ¡así!, cuando me peleo si debo incluir o no, una maldita coma en una oración. 9. Creo que las hormigas ya descubrieron mi sangre caliente, y aunque está por demás agradable el estar acá sentado, sin nadie a mi alrededor y solo con el ruido sordo del tráfico de la 281, en algún momento me voy a tener que parar e ir. Por suerte acá todavía no se ha vuelto tan dramático de que andan los policías golpeando a quienes transitamos por las calles, como esos videos que han circulado, en no sé donde. Claro que quien sabe qué tan reales sean esas imágenes, por más de que las postée alguien con credenciales periodísticas. 10. Hasta ahorita acaban de pasar dos señoras paseando a su perro detrás de donde estoy sentado. Llevaba un buen rato aquí y no había pasado más que un corredor despistado. Los señores que se estaban tomando su café en la tiendita ya se fueron (en sus Ford F-150, obvio, como si aparte de todo no hubiera lo del cambio climático) y ahora estoy solo con mi alma. En un rato tengo que regresar a la casa, seguir viendo cómo resuelvo lo de las rentas, pero ahorita, prefiero estar trabajando, alejado del mundano ruido de los papeles y del internet. 11. Me encanta mi familia. Es en estos momentos es cuando más la extraño.
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