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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

brad

Mi cerebro es una maraña entre Hollywood y realidad.



Hacía el súper -anaqueles que admito, recordaban La Habana circa 1983- empujando mi carrito por el pasillo 7, justo enfrente del de papel higiénico “el epicentro”, cuando imaginé a Brad Pitt llegar corriendo, con cara de ‘pirémonos ya güey’, urgiéndome, “síguele corriendo, no te detengas, tu síguete moviendo” tal y como le insiste al inmigrante con el que pasa la noche en World War Z, donde el inmigrante, contrario a lo que ha hecho toda la vida, se queda paralizado y en la siguiente escena intenta devorar al buen Brad y vamos, qué bueno que no lo alcanza porque si no allí acaba la peli, y entonc’ ¿qué hago con tanta palomita? Pero Brad no se aparece por entre las latas de chícharos por dónde empujo mi carrito, de los pocos productos que quedan intactos en los anaqueles a pesar de que los del HEB nos han repetido ad nauseum que existe suficiente mercancía. Pegado al piso de la cola para pagar, ya tienen calcomanías marcando lo del distanciamiento social. Alguien ya tuvo el ingenio de mandar hacer estampas indicando dónde debemos pararnos, la silueta de unos zapatos con una advertencia y un dibujo del corona. Nadie tose, nuestros estornudos nos los tragamos. La cajera atiende detrás de una barrera transparente de acrílico, que es cuando caigo en cuenta de que, tal cómo el 620 de tu am, hay cosas que llegaron para quedarse hasta después de que pasemos esta tormenta. La entrada al súper había estado organizada desde afuera, hicimos la cola en silencio como si el discutir el frio, la lluvia o nomás el punto, a seis pies uno del otro, nos fuera a contagiar. Pero así es acá. De regreso en la casa, desempacamos rápido entre los cinco. Solo Rosita y Chorizo nos ven con cara de que no están de acuerdo en que invadamos su territorio a esta hora. Miki y Nico se dispersan, tocan su guitarra. Gusano arma un avión con Legos, abandonados durante años, re descubiertos. AnaP sacó un rompecabezas y con su increíble mente analítica le organiza la alimentación a distancia a mi suegro. Yo me sigo peleando con una novela que empecé hace semanas, acerca de, pa’cabarala de amolar, un virus. Es complicado leer con tanta información de las mentadas (perdón, benditas) redes sociales. Como el virus, los rumores se propagan: el del papel de baño es por mucho el más pernicioso, pero también escuchamos el que ya vaciaron el Academy de balas y municiones. Tendremos que defendernos con sonrisas, pienso, porque aparte del .22 de mi papá que disparé aquella vez que me llevó a cazar iguanas a un rancho cerca de Cuernavaca, y de que aparte de algún chesco o algunas chelas, nunca he disparado nada en mi vida. No sé si sea prudente el atrincherarnos defendiendo el último rollo del Regio. Me queda claro que la figura principal del gobierno en este país se perdió entre berrinches, el de allá entre ‘detentes’ y tiernos abrazos. Pero igual me queda claro el que la gente (¿pueblo sabio?) hemos tomado la iniciativa: los del súper; la vecina que nos textea para ver si necesitamos algo; la amiga de Nico quien nos prepara unos pastelitos (hmm); la de Miki quien lo invita a andar en bici (hmm… no… no, pérenme’…); la escuela que organizó a los profesores para que impartan clases virtuales; la mamá de un amigo del Gusano que nos da los huevos que su esposo ya no necesita… perdón, no, a ver, lo pongo de otra manera, el esposo es chef en un restaurante que está cerrando, les sobraron huevos, nos los pasaron porque ellos son vegetarianos. La esperanza, antes de que llegue Brad y lo resuelva todo, somos nosotros, dejar el que sigan los gobernantes escondidos detrás de sus pataletas, sus tréboles de cuatro hojas, y nosotros por el momento aplanar la curva, quedarnos en casa.

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