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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

4 mar 23 - de textos, caritas felices y choques


Es viernes. Escribí poco el día de hoy.

Texteé buena parte de la mañana.


Primero fue lo de una casa. Apenas ayer se salieron los inquilinos. Dejaron la casa bastante maltrecha, con cucarachas y olor a perro. La rentaba una pareja junto con una prima que estaba confinada a una silla de ruedas, aparato con el que se llevó un buen cacho del piso de la cocina. A pesar de que les avisé desde noviembre que la casa la queríamos de regreso para el último día de febrero, se esperaron hasta la semana pasada para empezar a empacar. Así me lo admitió la inquilina, una mujer de aspecto frágil, como de mi edad, y que siempre incluía caritas felices en sus textos. Me escribió temprano. “Ya dejamos la casa (carita feliz) pero estuvimos empacando hasta tarde ayer en la noche y estábamos tan exhaustos que por error nos trajimos el control remoto del garaje (carita feliz). Creo que lo metimos dentro de una de las cajas. Se lo mando cuando lo encontremos (carita feliz)”. Mucho me temo que será un control que no veremos de regreso.


Intercambie varios textos con mi hermana porque consiguieron un perrito nuevo, me mandó fotos, yo le mandé fotos del nido que hicieron unos pinzones en los helechos. Mi hermana está, como todos, preocupada con quien controla la administración del edificio.


Luego me escribí con mi madre, justo por lo de la administración del edificio. En viendo que no estábamos llegando muy lejos, le marqué. Al final fueron varias llamadas, varios textos.


El texto que me mandó AnaP fue más al grano. Chocó mi tío, me avisó. Está bien, fue el siguiente. Todos intuíamos que un accidente era cuestión de tiempo. Ya no maneja muy bien, pero sí maneja rápido. El otro día lo detuvieron porque iba a exceso de velocidad en la autopista. La leyenda urbana dice que no se paró con la primera patrulla. Fue hasta que lo persiguieron un par de patrullas por la autopista, tipo OJ Simpson, hasta que se orilló. Lo multaron, pero de allí no pasó a mayores. Hoy chocó en Broadway, que es la avenida de dos carriles que cruza nuestra colonia, y donde hay múltiples señalamientos que marcan que la velocidad máxima es de treinta millas por hora, veinte cuando es horario de entrada y salida de clases. Treinta millas, me explicó su hijo entre risas preocupadas, treinta millas las había dejado atrás hacía varías millas. El tío no muy cree en los límites de velocidad. Tampoco en los letreros de alto en las esquinas. Aun así, según lo que determinó la policía, el choque no fue su culpa. Eso nos lo platicaron en la noche cuando fuimos a echarnos una pizza con ellos a un lugar de pizzas que se dieron su taco para sentarnos en una mesa que estaba vacía.


La invitación a la pizza fue porque mañana se van una semana a Cancún. Allá se van a encontrar con mi suegra y la hermana mayor que chambea como monja numeraria en el Opus Dei, y a quien he visto cuatro, cinco veces en veintisiete años, supongo porque tienen un concepto distinto de lo que es la familia.


Ya es sábado en la tarde. No encontramos a tu madre, fue el texto de ayer de la tía a AnaP. La buscaban en el aeropuerto de Cancún. Mi suegra llegaba de la CdMx, los tíos de acá, de Texas. Imagino a mi suegra saliendo de la terminal a fumarse un cigarro, platicando con la persona que barre la acera, con el poli de la entrada, con los taxistas. La tía del Opus también andaba MIA. Ya luego las encontraron, pero igual veo a la tía de AnaP sentando al tío en alguna banca del aeropuerto, ordenándole que allí se quede, marcándole a sus hermanas, ambas extrañadas ante el zumbido del aparato en sus bolsas.

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