29 jun 19 - cumple
Escribo acá abajo, en la cocina, mientras arriba es mi cumple.
Es un poco antes de las siete de la mañana. Llevo rato despierto. No puedo evitar el levantarme temprano, ni por ser sábado, ni por ser mi cumpleaños. No sé quien me maldijo. Una vez despierto prefiero bajar, tomarme mi café, que andar arriba calentando sábanas.
Anoche dormí en el sillón café porque AnaP anduvo cucha de la panza y cuando está cucha, duerme más cómoda ocupando la cama completa.
Cenamos ayer con Mario y Paty. Él me preguntó sobre mis planes para mi cumpleaños. Me sacó de onda la pregunta: planes no tengo. Nunca tengo. Ni siquiera estoy seguro de querer ir a comer donde fuimos el año pasado, un lugar de carnes que me gusta. Mis días suceden sin planes. Quizá por eso ayer también me di cuenta de que cumplí seis años de haber salido de trabajar del despacho. Lo que sí, es que cada vez me doy más cuenta de que no lo extraño ni tantito. Algo sugirió el otro día AnaP de que si el contacto humano, de que si me la pasaba acá adentro la mayor parte del tiempo, enfrente de la pantalla, que si no extrañaba eso. El contacto, pues. Pero igual, antes llegaba a chambear, a sentarme enfrente de la compu, a contestar preguntas de gente que ni conocía, ellos sentados enfrente de sus pantallas, encima de sus teclados, ignorando mi existencia. Sé que soy injusto con mis ex colegas, pero ser el jefe exige soledad.
Seis años. Como el agua.
La mañana que salí del despacho, AnaP me llevó a jugar tenis. Las canchas estaban repletas de gente jugando. ¿Ves?, me dijo, hay gente que no está metida en su oficina todo el día.
Así que aquí estoy, en la cocina, escribiendo.
30 jun 19 - perfecto
AnaP luego no coincide conmigo en la definición de un día perfecto.
Ella prefiere salir, explorar, conocer, estar en la naturaleza, ”hacer algo, lo que sea” dice, por lo que no necesariamente comparte mis expectativas de lo que define la perfección. Pero para mí, gracias a ella y a los tres, ayer fue un día perfecto.
Desayunamos un huevo revuelto con papas, acompañados con una salsa roja que hice con unos chiles serranos del jardín de Carolina, que devoramos como si fuera la última vez. AnaP sigue cucha de la panza, solo comió un pan tostado. Estuvimos un rato en la casa haciendo nada, que es una delicia, y solo nos levantamos para ir al cine. Vimos la de Yesterday, que está buena, pero mejor estaba la premisa. No ayudó el que no encendieron el aire acondicionado en la sala y el calor estaba del nabo.
Tardé un rato en decidir dónde quería comer: tenía hambre y las opciones culinarias acá luego dejan mucho que desear. Terminamos en un lugar de carnes que, aunque es cadena, a mí me gusta. Los tres comieron el Nashville Hot Chicken, que nos recordó al viaje del año pasado. Nico luego se volvió a acordar del Hot Chicken, cuando, después de que vimos el partido de México, salió a correr.
La primera vez que sentí que tuvimos una conversación de verdad en una comida con los tres, fue en San Miguel Allende, después de un concierto del Peterson. Han habido muchas otras después de eso, obvio. Con una comida así me basta. No es que nadie dijera nada trascendental, ni hubiera sorpresas. Todo fluyo. Comimos bien, rico, platicamos… estuvimos a gusto. Terminamos en casa con un pastel de tres leches que Miki me había comprado la tarde anterior, me cantaron, vimos el futbol. Nada más.
El día fue perfecto.
1 jul 19 - sillas
Ya estaban bastante dadas al cuás, así que llevamos un par de semanas raspando y pintando la mesa y las sillas de madera que tenemos afuera, en la terraza. Una amiga les había vaticinado una muerte rápida con la humedad que hace acá, pero allí siguen.
Es un set, mesa y seis sillas, comprado en el Sears de Santa Fe, en la sección de Pier One Imports, una subsección de la tienda departamental que se percibía más exótica e interesante que el resto de la tienda porque tenían unas palmeras de plástico a la entrada, unos baúles como de viajero de principios del siglo pasado colocadas encima de un montón de paja, y las paredes estaban pintadas con colores más “tropicales” que digamos, la sección de electrodomésticos. Los vendedores eran los mismos, pantalón gris, saco rojo con la etiqueta con su nombre debajo del logo de Sears en la solapa. Pero entrar en esa sección te conducía a imaginar que los muebles los había conseguido el mismísimo explorador Livingstone en el mero corazón de Africa, transportados a través del Atlántico en la carabela hermana de la Santa María.
Pero la cosa es que la mesa, probablemente ensamblada en la Colonia Doctores de Bangkok, nos ha durado cerca de veinte años por lo que no podemos quejarnos.
Así que, armados con unas lijas del 80, raspamos el verde y el barniz, montamos el set completo encima de papel periódico, fuimos a la tlapalería naranja a conseguir un bote de “colonial red” con el que pintamos todo, incluyendo gotas en el piso que espero se quiten o diluyan antes de que se arme el San Quintín.
La cosa es que por más que las pintemos, las sillas, igual que yo, ya tienen ciertas rajadas que no prometen un buen augurio que garantice otros veinte años.
2 jul 19 - arroz
Hace como dos meses, los altos mandos, doce druidas pelones ellos, murmurando sus rituales mantras sagrados y vestidos de pe a pa en sus desgastados ropones, pero eso sí, sentados en sillas de cuero alrededor de una mesa de caoba en una sala de juntas en un edifico con aire acondicionado y ventanas azules, decidieron el que a Chorizo había que alimentarlo, ya no con croquetas comerciales por aquello de que nuestro menso perro bóxer ya perdió un buen porcentaje de su dentadura sin que pueda propiamente masticar, sino con una pócima preparada a base de arroz, carne molida y unas verduras y legumbres precortadas de las que venden en la sección de congelados del HEB.
Así, todas las mañanas, este, su chef de confianza, prepara un arroz blanco de acuerdo con las especificaciones de los druidas.
Una vez cocinado el menjurje, se deja enfriando, ya que si el plato le llega muy caliente a nuestro desdentado can, sus necios ladridos dirigidos al plato caliente no cesan, como si ladrarle a su humeante tazón rojo bajara la temperatura del brebaje, cosa que después de dos meses no se da cuenta de que no sucede, por lo que continua ladrando hasta que de mala gana lo metemos para que así podamos terminar con nuestras meditaciones matutinas. Ya adentro, es cuando se da cuenta de que tiene hambre y pide salir. Así podremos pasar buena parte de la mañana.
Sin embargo, dada su vetustez, un buen número de los granos de arroz y de la verdura precortada, tienden a terminar desperdigados alrededor de su receptáculo, donde ahora, a las siete de la mañana con diecinueve minutos, un par de pájaros grises de esos que son de una variedad de lo más común, han llegado a robar cuanto arroz encuentran desperdigado.
3 jul 19 - mosquitos
Sentarse al lado de AnaP cuando hay mosquitos es, generalmente, una garantía de saber lo que es sentirse ignorado. Esto, por supuesto, se convierte motivo de mal humor y de quejas por parte de mi mujer, como si fuera culpa mía el tener la sangre amarga.
La cosa es que el domingo pasado fuimos a comer al departamento donde Cora y Fer se mudaron hace un par de meses, donde ellos, de manera muy amable nos invitaron a sentarnos en unas sillas pseudo-metálicas alrededor de la alberca sin saber que una especie mutante de dicho insecto decidió que mi sangre era más apetitosa que la de mi mujer, convirtiendo mis pantorrillas en un fiel retrato de la Vía Appia y me tienen cual leproso medieval rascándome con desesperación y malsana alegría.
Cuando aun vivían en su casa, Fer rociaba la alberca y sus alrededores con fervor de evangelista en épocas de sacrificios en Chac-Mol, esparciendo todo tipo de químicos para exterminar cuanto insecto hubiera en millas a la redonda. El problema es que ahora, con esto de que se mudaron a un edificio donde comparten áreas comunes, Fer ya no puede usar el insecticida con la misma felicidad con la que mi mamá utilizaba el desparasitante en mi persona cuando había que atacar la flora y fauna intestinal porque en las mentadas muestras que revisaban en Olarte & Akle, salía que andaba infestado con quistes de amebas.
Claro que hoy en la mañana, cuando le enseñé mis piernas a mi mujer, todas picoteadas cual si fuera yo un maniquí en clase de enfermería, me dijo, con ese tono de voz reservado para cuando está obligada a decir obviedades, eso es de araña. Sus palabras me hubieran dejado más tranquilo, excepto que tendrían que verle el piquete que le recetó una araña violinista a Christian.
4 jul 19 - leyes
Para Liliana.
Supongo que sigue siendo lo mismo, esa búsqueda del siempre elusivo pasante perfecto.
Pero en aquel entonces, las entrevistas nos la dividíamos Humberto y yo, porque estábamos solos en el despacho y no había nadie más que las hiciera excepto mi papá, quien ya había pasado por esas y supongo que le daba una flojera espeluznante el tener que entrevistar escuincles de diecinueve, veinte años, para trabajar cuatro horas en el despacho y cuya labor consistiría en ir a la Oficina de Marcas (ahora IMPI) para tratar de que el Examinador en turno moviera tal o cual solicitud. Cuando empezábamos el ciclo de entrevistas, tratábamos de mantener ciertos estándares. Pedíamos… no, no pedíamos… exigíamos conocimiento de inglés, verborrea legaloide, entendimiento rudimentario de las leyes, todo para poder argumentar frente a los Examinadores quienes a sus treinta años, eran viejos lobos de mar en comparación a los pasantes universitarios. Pero conforme pasaba cada entrevistado, nuestras expectativas se reducían hasta el punto de limitar nuestras preguntas, y en esto ni miento ni exagero, a si tenían coche y por supuesto, licencia para manejar. La falta de conocimientos no limitaba el que algunos candidatos al puesto llegaran vestidos con trajes que parecían recién adquiridos en Savile Row, pensando en que la vestimenta hace al abogado, con el pañuelo blanco planchado hasta decir militar asomándose del saco gris oxford con sus apenas perceptibles rayas blancas, y el zapato brillando con media lata de betún aplicada por el bolero de la esquina en Insurgentes.
Así que cuando llegó una estudiante del meritito Tlaxcoapan, en el corazón de Hidalgo, no esperábamos el que se quedara veinticinco años trabajando en el despacho, asombrándonos con su capacidad, sus conocimientos, su implacable ojo crítico y su alegre participación en mil batallas, convirtiéndose en colega, compañera, socia, pero sobretodo, en amiga.
5 jul 19 - diecisiete
Ayer fue el cumpleaños número diecisiete de Nico, y AnaP se quejó de que no le habíamos hecho nada especial. O sea, me dijo en la noche ya cuando habían terminado los fuegos artificiales que año con año pedimos iluminen el cielo de esta ciudad para esta fecha, no hicimos nada especial. Un día como cualquier otro.
No como el 4 de julio de hace cinco años. Hace cinco años, casi recién desempacados, salimos a la playa de la Isla del Padre, que es la que nos queda más cerca, y a la cual nunca habíamos ido. Miento. Yo sí había ido, cuando tenía como doce años. Aquella vez, nos habíamos encontrado con mis tíos, Gerardo y Mara, y mi abuela quien los acompañaba. La segunda mañana, los hombres fuimos a pescar, estábamos parados pescando todos en una pared muy pegados uno al otro, y yo terminé con un anzuelo de tres picos, con todo y camarón de carnada, clavado en la parte de atrás de mi craneo, anzuelo que mi papá tardó horas en sacar. Pero aparte del viaje del incidente aquel, yo no tenía memoria de la Isla del Padre, misma que obviamente no se compara ni tantito con las playas mexicanas porque para empezar, aquí meten las trocas a la arena y de la cama de la camioneta hacen sus picnics con su música country a todo volumen. Siendo que era el 4 de julio, estaba medio Tejas allí, y para entrar al mar había que caminar entre las carnes sudorosas de mujeres de enormes proporciones, bebiendo su SevenUp y con aliento a Doritos, cosa que no es lo mío.
La experiencia nos dejó tan marcados que cuando ahora le preguntamos a Nico que qué quiere hacer para su cumpleaños, siempre nos contesta: no, nada, nos quedamos aquí, vemos los fuegos artificiales.