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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

el campin'


El papá de un amigo de Nico de la prepa nos invitó a acampar el último fin de semana de este mes a su rancho. Es un fin de semana largo, de tres días, porque acá ese viernes se celebra la bautizada “Batalla de las Flores”. No hubo una batalla con ese nombre, más bien, según lo que entiendo de haber leído las dos primeras líneas en Wikipedia y de haber absorbido cinco años de historia acá, es que es un evento con el cual se conmemoran las batallas de El Alamo y de San Jacinto. Lo de la “Batalla de las Flores” empezó cuando, a finales del siglo 19, un grupo de mujeres empezaron a aventarse flores de un lado de la calle al otro porque se les hizo menos agresivo que resolver sus diferencias que con una Smith & Wesson. Ocurrencias de la gente antes del Game of Thrones…

La verdad es que ahora, La Batalla de las Flores, es un motivo para hacer un desfile, una razón para chelear. El desfile es el punto culminante de la semana de Fiesta!, un festival en San Antonio, días en los cuales hay desfiles, eventos, concursos, bailes, conciertos, se eligen reinas, princesas, duquesas, un Rey Feo, y por supuesto, se chelea.

El primer año que estuvimos acá se me ocurrió que sería buena idea él llevar a mis tres hijos, junto con Chorizo, nuestro menso perro bóxer, a ver el desfile. No niego mi origen pueblerino en que hay algo que me atrae de ir a ver a gente ataviada con trajes típicos marchando por las calles. En aquel primer año, era cuando todavía podía sacar a mis tres hijos a visitar la ciudad sin la necesidad de llegarles a su precio. El día estaba medio nublado, no hacía mucho calor, lloviznaba ligero a ratos, así que nos fuimos caminando al sitio en donde se juntan los participantes para desfilar. En sus orígenes como estado de la Union Norteamericana, Texas fue poblado por mucha gente de Bavaria, Bohemia y La Lorraine así que había cualquier cantidad de sus descendientes, quienes, encima de sus camisetas de los Vaqueros de Dallas, vestían de pe a pa con vestimenta típica de esas regiones. En lo personal, estos trajes me parecen como sacados de un estuche de “Campesina Suiza Barbie”, pero bueno, cada quién. También había cualquier cantidad de carros alegóricos decorados con flores y medallas, así como legiones de hombres vestidos cual militares, quienes por el color de su piel de seguro pelearon en alguna batalla junto con el Conde Dracula y que solo son resucitados para el evento mediante promesa de un litro de O positivo. Igual había mucha gente montada a caballo. Fue el día en que descubrimos que Chorizo odia a los equinos, les ladró, gruñó y amenazó hasta cansarse, y estuvo a nada de incitar una estampida en pleno centro de la ciudad. Primera y última.

Cualquiera diría que la invitación para ir a acampar al rancho del papá del amigo de Nico suena como un buen momento para el “bonding” famoso: sin aparatos electrónicos, ni restaurantes de comida rápida, alejados de los ajetreos de la vida, brindándonos momentos de convivio padre-hijo junto con las estrellas y la naturaleza. Admito que a mi me gusta estar en convivio con las estrellas y la naturaleza con tal de que haya una pantalla de por medio: vamos, yo viendo la pantalla, envuelto por cobijas, protegido mediante cuatro acogedoras paredes, debajo de un techo, y el convivio entero narrado por Sir David Attenborough en Netflix mientras devoro una pizza que me trajeron a la puerta de mi casa en treinta minutos o menos. Así que hay varias cosas de esta invitación que me preocupan, tales como, pero no limitadas a: dormir entre bichos y víboras; de tener que dormir en un sleeping bag que no es el colchón con “memoria” que compramos; y el tener que, bueno, para ser explícitos, “tener que ir” allí, en medio de la naturaleza mientras eres observado por todas las criaturas a las que con el trasero al aire libre ya les hiciste el día y tendrán algo que contarle a sus nietos de cuando me vieron “yendo allí", en medio de la nada.

He pasado por enfrente de tiendas dedicadas a artículos del camping por lo que asumo que hay a quienes les encanta esto de la convivencia con la naturaleza. Pero eso de dormir dentro de una bolsa de plástico, sabiendo que hay cualquier cantidad de bichos atraídos por el calor de mi sangre, se me hace un tanto cuanto medieval habiendo lugares que por un intercambio monetario te brindan una cama tendida, un baño limpio y WiFi de a grapas, y lo único que se me ocurre en este punto es cuestionar el qué tan distinta hubiera sido la historia si los Cruzados hubieran reservado, con puntos, sus habitaciones en el Marriott de Avignon o de Jerusalem. Eso y no quiero ni imaginar el estar ahuyentando mosquitos, palomillas y demás insectos trepadores a la hora de estar tratando de comer un jocho quemado en una fogata o de comer unos frijoles fríos sacados de una lata. Me queda claro que yo hubiera sido de los que le hubiera pedido al tan repudiado Hernán Cortes el detenernos en el Sanborns de la carretera Puebla-México por unas enchiladas suizas y un jugo verde. Y un baño limpio. Y quizá el último Hola!. Y un capillo de dientes. Y pasta.

De verdad que le agradezco la invitación al papá del amigo de Nico. De verdad agradezco el que haya pensado en nosotros. Pero ¿no sería más “2019” el invitarnos nomás a pasar una tarde en el boliche para que los chamacos puedan postear fotos de manera instantánea en su Instagram y que todos vean qué tan divertidos se la están pasando?

Lo único bueno es que siendo el papá del amigo de Nico, un hombre sensible, hombre del 2019, forjado por el #metoo, dice, en su invitación, que el niño puede ir con el género de padre que el chamaco prefiera. Yo ya sé por quien voto.


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