Odiaba Otra Vez Heidi. No lo veía nunca, ni aunque fuera lo único que hubiera en la tele.
Bueno, ok, chance la veía de reojo, porque estaba encendida la tele, y si me quedaba enfrente de la televisión era por el maldito poder que siempre han ejercido sobre mí las pantallas, y no por Heidi, menos por su antipático abuelito.
Pero a mi prima le encantaba Heidi, y parecía estar siempre viendo el programa cada que llegábamos en las tardes a casa de mi tía, obligándome a pensar el porque detestaba esa caricatura: que si los ojos enormes de los dibujos de anime; que si los personajes estaban siempre felices; que si la odiosa Heidi todo lo resolvía corriendo por las montañas cantando y buscando a su abuelito. A mis siete años, todo eso me parecía infantil, aborrecible.
Había dos programas que mi prima veía que en nuestra casa jamás: el primero era el de Heidi, porque simplemente hay que tener límites; y el segundo era Ultraman y Ultraseven porque mi mamá los consideraba muy violentos sin importarle que mi prima, cuatro años menor que yo, los viera. Así, cuando todos mis compañeros en primero de primaria sostenían conversaciones profundas e inteligentes con respecto a Ultraman o Ultraseven, yo solo podía hacer como que buscaba una pelota para patearla, ahogado en mi soledad cultural, el único niño en el patio escolar que no tenía ni la más remota idea de las palabras con las que se transformaba el personaje para poder salvar al mundo con precisión japonesa.
Me sucede ahora en día con ciertas series, de esas que todo mundo parece estar viendo excepto yo, y no porque las considere violentas, sino porque me da flojera el verlas, sobretodo cuando todo mundo te repite, es que está buenísima la tienes que ver, te la recomiendo, en serio. Por ejemplo la de Luis Miguel y la de _Breaking Bad_. Aparte, ponerme a ver _Breaking Bad_ a estas alturas de mi vida, con los miles de capítulos que son, la hubiera tenido que haber empezado a ver ayer y tendrían que colocarme una tele en el crematorio para cuando me estén incinerando para poder terminarla de ver antes de regresar a ser ceniza.
A lo que voy es que nunca me interesó Otra Vez Heidi.
Aparte de todo, usaban esa palabra que a mí nomás no me cuadraba: aldea. Nosotros vivíamos en la ciudad de México, mis tíos en un pueblo en plena sierra poblana, de vacaciones íbamos al puerto de Veracruz. Ese era mi mundo. La palabra ‘aldea’ no tenía cabida, no existía en mi vocabulario. Aldeas eran lo que tenían en las montañas suizas, no en la sierra en México. En México había, pueblos, pueblitos, ranchos, haciendas, provincia, puerto y ciudad. Tan tan.
Tiempo después, a alguien se le ocurrió que todos somos parte de la aldea global, esa idea de que el planeta entero está conectado de manera digital, y el término ‘aldeano’ perdió un poco el significado campirano para convertirse en algo que nos conecta a todos. La palabra paso de ser propiedad de Otra Vez Heidi cantando feliz en las montañas, a ser una palabra universal: una aldea global, una conexión entre, y con todos. ‘Aldeana’ dejo de ser la mujer de faldones amplios, cachetes rollizos; ‘aldeanos’ dejaron de ser aquellos hombres que perseguían a las brujas en las noches de luna llena por todo el bosque con trinches y palas, gritando conjuros. La palabra aldeana, como a las brujas a las que perseguían, progresó.
Casi todos progresamos con la palabra. Casi todos.
Siguen habiendo aquellos que siguen corriendo a la granja por sus bieldos cada vez que los ofenden, gritando enfurecidos, si no estás conmigo eres la bruja, olvidando en sus tweets, en sus palabras, la capacidad de dialogar, clamando, tengo razón porque gané… tu no la tienes porque perdiste.
Tranquilos, como decíamos en el patio de la escuela después de haber perdido otra cáscara durante recreo, está bien… ganaron… felicidades. Los vencedores en el recreo regresaban felices a clase, cantando na-na-nana, restregando su victoria de ese día, olvidando, por supuesto, que al día siguiente se jugaría otra cáscara, las fortunas cambiarían.
Creo que eso es justo lo que no entiendo del diputado quien se define como luchador social, sin entender lo que gana con insultar a un conciudadano, llamarla hipócrita, igorante y “aldeana” solo porque tiene un punto de vista distinto. Para el diputado, ¿no sería más fácil/propositivo/progresista el proponer/debatir/conversar responder algo como, me encantaría el escuchar él porque consideras que un aeropuerto es mejor que tres? El que su respuesta sea increpar y tratar de ofender, resulta un importante retroceso. Nos dice, entre líneas en su tweet, es que tu no entiendes porque no eres ‘del pueblo’, te descalifico de entrada porque no eres de mi nivel socio-económico, no gozas de mi mismo rencor hacía la vida.
¿No nos damos cuenta de que en ‘Roma’, Alfonso Cuarón nos demuestra todo lo contrario? Es decir, que se puede abrir una conversación en base a un trabajo lleno de amor, no de odio; no de falta de respeto ni de entendimiento, sino más bien, de ver donde es que estamos parados y de allí tratar de avanzar juntos.
Decir: ‘todo lo que se hizo antes esta mal’ es claudicar a la conversación. Cualquiera que ha trabajado, empezado proyectos, sabe que por cada buena idea, hay un montón descartadas, propuestas truncas, abandonadas. Dejadas en el camino como quizá lo será esa enorme “x” en medio de lo que era el lago de Texcoco. Habemos de agradecer, cuando menos, que esos comienzos sirvieron de cimentación.
Lo que me trae de regreso al aeropuerto, a los insultos del diputado. Asumo que si levanta la voz en contra de la construcción del NAICM y no así en contra del Tren Maya, es porque ya estudió ambos proyectos ejecutivos a fondo, sus costos, sus impactos, y que siendo que estamos en una democracia participativa e incluyente, estaría dispuestos a debatirlos y defenderlos, no con gritos ni insultos, sino con datos sustentables y que de allí se haga una verdadera consulta, y no una hecha al vapor, dirigida hacia un resultado. Necesitamos que nuestros luchadores sociales, vengan de donde vengan, ni se alineen ni se encojan ahora que ya tienen hueso para roer. Si no, son un tirano más, escondidos detrás del mote ‘luchador social.’
Así como yo no veía Otra Vez Heidi, trato de evitar la furia de Twitter. Generalmente lo logro, excepto cuando no puedo.