Es un misterio de dónde es que Bob Esponja heredó el gen de ser cuadrado. Sus papás eran esponjas marinas comunes y corrientes, de las redondas. Genética. Sucede.
A pesar de haber visto muchos capítulos de Bob Esponja, no admitiré cuántos, me enteré de este dato del gen cuadrado apenas hoy, leyendo el obituario que hace The Guardian al creador de la serie, Stephen Hillenburg, cuyo nombre aparece en los créditos iniciales, plasmado justo después de que el pirata tuerto, el atún parlante, y el coro de niños nos cantan de que Bob Esponja vive en una piña en el fondo del mar, con esa maldita tonada que tengo atascada desde ayer.
Es una caricatura digna de mentecatos, por eso me identifico plenamente con ella. He visto a mis hijos rodarse de la risa con las tonteras que hacen Bob, y su amigo Patricio, en varios de sus 242 episodios (o en sus dos películas) y he visto a mi papá llorar de la risa alguna vez que se quedó viendo junto con ellos, el capítulo donde Bob y Patricio se van de pesca.
Bob es una esponja que, aparte de ser cuadrada, es bastante ordinaria, porque bueno, entre otras cosas, le fascina su chamba de cocinero en el Crusty Crab, el restaurante donde hacen las deliciosas Cangreburgers, propiedad del avaro Don Cangrejo quien solo piensa en el dinero que hace. Para quienes no conozcan las minucias de esta serie, la hija de Don Cangrejo es Perlita, una ballena. Desde aquí escucho a Charles Darwin tirándose de las barbas en desesperación con ese capricho de la naturaleza, una ballena hija de un cangrejo, aventando derrotado sus notas, apuntes y dibujos para “El origen de las especies” al fondo del mar, y a Jacques Cousteau, a bordo del Calypso, gritando ‘mon dieu, ce n’est pas possible!’ a las olas sordas del vasto e inmenso océano.
Lo que hace que esta serie ‘llegue’, es que los personajes son un reflejo de lo que somos: Bob es un iluso inocente cuyos mayores gustos son sus amigos, su trabajo, su mascota Gary -un caracol con alma de gato- y volver a su maestra de manejo loca tratando de aprender a conducir. Bob aspira a complacer a todos, incluyendo a sí mismo, pero es tan simple que nunca se da cuenta del cinismo ni del sarcasmo ni de lo amargado que es su vecino / amigo / compañero de trabajo, Calamardo Tentáculos, un pulpo (no se confundan con el nombre, Don Calamardo es un pulpo) quien encuentra su paz interna y su escape de Bob y de Patricio, tocando el clarinete. Patricio, una estrella marina, sobrepeso y rosa, y es el amigo fiel, pero indiscutiblemente estúpido, que todos quisiéramos tener. Es ese amigo que se dobla (en el caso de Patricio, literalmente) por complacernos, aunque luego se enoja con Bob cuando no le da lo que quiere.
El creador, Stephen Hillenburg era un biólogo marino, quien, en un momento de su carrera como profesor universitario de biología marina decidió que lo suyo, así lo suyo suyo, era el crear caricaturas zoquetas. Cada capítulo avienta a Bob a un dilema existencial el cual, con total inocencia y falta de percepción de la realidad, tiene que resolver en espacio de once minutos, lo que dura cada capítulo, y en donde su única ayuda proviene del caos que va provocando Patricio a su estela. Pero Bob quiere tanto a su amigo Patricio, que no sé da cuenta de lo menso que es, ni de los problemas en los que los mete. Y viceversa.
Los sueños de Bob Esponja nada tienen que ver con la realidad que viven los personajes “congruentes” de la serie. Para Bob no existe una realidad que no sea la de él.
Es Don Quijote, Romeo y Julieta, nosotros.
La auto bautizada Cuarta Transformación (4T) es eso, es un salto hacía un sueño que rehusa darse cuenta de la realidad en la que vivimos. Parece, de hecho, un sueño que llega con un siglo de retraso. Desde el nombre, “La Cuarta Transformación” que parece remontarse a un movimiento entre algún progrom Bolshevique y la Campaña de las Cien Flores. Igual de fantasiosas parecen las propuestas simplistas para propulsar al país hacia adelante: construir dos pistas no constituyen un sistema aeropuertuario; plantar árboles frutales y madereros no nos va a ayudar a competir contra quienes prefieren educar e invertir en programas de energía auto sustentable; y tender unas vías para un tren de vapor difícilmente reactivará la economía del sureste.
Y vaya, ojalá que funcione todo. Ojalá y que dentro de seis años estemos todos haciendo cola para comprar boletos para viajar en tren a visitar la pirámides, y que los pobladores del sureste reciban a los turistas con algo más que su tendido de plátanos en la banqueta afuera de las estaciones, ya sea la de tren en Palenque, o la de aviones en Santa Lucía.
¿Qué más quisiera uno que la 4T se enfocara más en una mejor educación? Que esa, una educación de calidad, fuera ‘la transformación’, el principal enfoque del sexenio. Todo lo demás, que si los trenes, los aeropuertos, las refinerías, los plátanos, sean una consecuencia secundaria de una educación de calidad.
Pero eso es demasiado soñar, mejorar la educación es un proyecto cuyos resultados tardarían mucho más que un sexenio en brotar, y no serían tan atractivos como lo es un tren echando humo, cruzando la selva.
Cuando termina cada capítulo, no queda claro quien es el soñador: Don Cangrejo dueño del Crusty Crab quien solo sueña con dinero; Calamardo quien solo sueña con su clarinete y con que Bob y Patricio lo dejen dormir tranquilo; Sheldon T. Plankton, un plankton quien solo sueña con robar la receta de la Cangreburger; o Bob y Patricio cuyos sueños, sin importar cuanto destrozo hagan, convierten en aventuras.
La bronca es que la 4T no encuentra la respuesta en once minutos. Tampoco es una caricatura.