Luego me parece como que mi niñez fue de alguien más, prestada o algo, sobretodo cuando me acuerdo de ciertas cosas que ahora observo entre velos, como el que La Comercial Mexicana, la de Insurgentes Sur en la San José Insurgentes, tenía dos pisos, y que en el planta superior vendían telas, hilos y artefactos de costura que te hacían sentir que entrabas a un bazar árabe, no que caminabas por encima de la sección de carnes frías del súper. Mi mamá nos arrastraba a ese segundo piso por lo de sus bordados, y antes de llenar el carrito del súper con hígado, espinacas y demás alimentos, de esos “que te los comes porque te hacen bien”, nos enfilaba por las escaleras eléctricas para poder ella husmear por entre las montañas de estambres y telas. El piso de las telas siempre estaba semi vacío, y se respiraba un je ne se quois distinto de donde vendían las acelgas, la mortadella y los lacto bacilos Alpura. Arriba, te recibía un gerente con saco y corbata naranja, color de la Comer y del Partido del niño que canta, quien nos asignaba una vendedora vestida de “traje sastre” encargada de perseguir a mi madre cual zopilote en pleno Apocalipsis para asegurar la venta.
Para mí yo de cinco años, el poder andar por ese enorme espacio semi vacío entre aquellas telas colgadas, era estar dentro de un bosque multicolor con enormes árboles cónicos de distintas texturas, y por supuesto, el lugar ideal para jugar escondidillas con mi hermana mayor mientras mi mamá se dedicaba a tantear estambres. Me gusta imaginar que todo era distinto en aquel segundo piso, de que un cuarteto, chance el del Titanic, tocaba Vivaldi en una esquina, y que de detrás de alguno de los estantes, aparecería Sean Connery, martini en una mano y una señorita con su traje sastre naranja desfajado en la otra, pero creo que estaría untándole demasiada crema a mi recuerdo.
De lo que sí me acuerdo, era de jugar escondidillas, hasta el día en que me escondí demasiado bien. Me quede agazapado, literal, entre algodones y terciopelos durante un largo tiempo, haciéndome pipí de la emoción de no ser encontrado. De lo que no me percate fue que entre el griterío de mis hermanas menores y la pagadera (había que pagar las telas antes de bajar) el conteo de cabezas de mi madre no fue, digamos, certero, y se bajaron sin mí a completar el mandado. Siendo como soy, me quede acurrucado, haciéndome más chiquito, apretando vejiga, y no salí sino hasta que escuche los gritos de mi mamá, aunque, conociendo las argucias de mi hermana mayor, no salí de inmediato.
Los mercados, supermercados y “malls” fueron creados para volver locos a los padres de familia. Entre la gritadera de “nomás pruébelo güerita, sin compromiso”, el sensual baile del Dr. Simi en botarga, y las baratas relámpago, se pone a prueba hasta a la mamá de Sophie’s Choice. No creo haber sido el primer niño en haberme perdido dentro de una tienda, aunque seguro fui de los más escandalosos. Tampoco me acuerdo del momento en que me encontraron, y me imagino, porque bueno, como padres igual hemos pasado por esas, el abanico de emociones, humores y pensamientos por los cuales ha de haber transitado mi abnegada jefa.
Ahora en día tenemos memoria de clickbait, todo pasa a segundo plano con un click. Nomás esta semana las naranji-aventuras nos han llevado con Kim de Norcorea; de que va a perdonarse hasta a él mismo; del G6+1; y agréguele usted la visita de Anaya (https://fanart.tv/fanart/movies/9982/movieposter/chicken-little-5390c3fc91aa8.jpg) a la Ibero, de que si nueve seleccionados mexicanos decidieron cobijar sus temores sobre ir a Rusia con 30 prostitutas nacionales, de Kate Spade y de Anthony Bourdain. Por eso, la desalmada medida, extendida y recrudecida, por el actual gobierno norteamericano para intentar contrarrestar el flujo de inmigrantes de separar a padres de hijos, ha pasado a segundo plano. Pero la cosa es que esos niños siguen separados de sus padres.
Es la peor de todas las pesadillas ¿no? Ser separado de tu hijo. Solo unos segundos bastan de que los pierdas de vista para imaginar lo peor, tu mente convirtiéndose en un auténtico desfile de pensamientos desquiciantes.
Esos migrantes llegan acá para intentar darles una mejor vida a sus hijos, después de pasar por los horrores al transitar por México. De acuerdo con los de National Public Radio (NPR) la manera de separar a los hijos de sus padres es escalofriante: llaman a los niños a bañarse a unas regaderas, y de allí ya no vuelven. Cuando se los llevan, no hay nada que los papás puedan hacer porque unos monos enormes, uniformados y autoritarios, te empujan y te ordenan que te quedes sentado y tu ves como etiquetan a tu hijo, de mala gana, en la muñeca, y solo esperas que le pongan el nombre correcto a la cinta, porque alrededor tuyo, igual hay decenas de mamás y de papás todos soltando las manos de sus criaturas, tratando de verlos bien, sin saber si va a ser la última vez que los vean.
Pero todo se nos olvida rápido. Cada noticia que recibimos en el celular se encarga de desgarrarnos el alma, cachito por cachito, haciéndonos más insensibles. Cada noticia con la que nos alimentan nos hace olvidarnos de lo importante. Cada noticia, cada tweet, cada newsflash es nuestro circo.
Y los niños siguen separados de sus padres.
Pero vamos, ya empieza el Mundial, viene el tercer debate, la reunión de dictadores mal peinados en Singapur, lo de las tarifas, otro candidato asesinado…