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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

Su voz es mi voz


Hará unas noches, mi mujer me hizo una de esas “pruebas de amor.” Tantito, tantito, no es eso. Ojalá. Pero no. No hubo ni disfraz de enfermera, ni esposas involucradas. Más bien, fue de esos “exámenes” populares en las revistas para mujeres y cuyos títulos siempre son algo como “¿Qué tanto te ama?” y en los cuales se suman puntos: un 10 es amor del bueno, del eterno, y el cero es el número de celular del abogado.

El examen con el que me cuestionó salió en el Feis, e incluía las que supongo son preguntas estándar en este tipo de interrogatorios, indagando el que tanto se yo de ella. A ver, me cuestionó, ¿cual es mi comida favorita? ¿Mi color favorito? ¿A dónde me gusta ir? ¿Podrías vivir sin mi? ¿Mi lugar favorito? ¿Cuánto mido? ¿Me amas? ¿Algo que me ponga triste? ¿Contenta? Todas preguntas destinadas para hacer ver su suerte hasta al hombre más dedicado. Por lo menos los del cuestionario tuvieron la delicadeza de no incluir una pregunta relacionada con el peso: cualquier respuesta termina con el marido durmiendo en la tina.

Por favor, luego pensé, ¿quien demonios tiene un color favorito a estas alturas de la vida? Ardido de no atinarle a casi ninguna de las respuestas, le pregunté: a ver pues, ¿mi color favorito? A lo cual ella, sin vacilar, respondió que el verde, lo cual desgraciadamente, por lo menos hasta que yo tenía diez años, era correcto. A mi edad, ¿qué quiere decir “mi color favorito? Vamos, en realidad ¿qué importa? No es como si me hubiera preguntado algo importante, digamos el resultado de México contra Túnez en Argentina ’78 (perdimos 3-1) ).

Supongo que siempre existe la inútil y vacía ilusión de que es importante saber todo lo relacionado con tu pareja, aunque repito, esa ilusión es tanto inútil como vacía. Si hasta luego uno anda descubriendo cosas de uno mismo que para que les cuento, como por ejemplo, ahora resulta que no odio (tanto) el brócoli. Pero en realidad no importa, no es necesario el saber cada uno de los detalles de la pareja para quererla, ni para que ella sepa que solo el pensar en vivir sin ella, me entumece las arterias y me nubla la visión.

En lo particular, no siento que sea necesario el saber todo con respecto a alguien para que me genere confianza o hueva. Por ejemplo, los candidatos a la presidencia me generan total desconfianza con tanto que hablan, prometen y presumen. En su loca carrera para obtener el premio gordo, prometen salarios para los Ninis, ponen a sus esposas fotografiándose mientras tantean los quesos en el súper (https://goo.gl/8WF72K) , o se ponen a tocar La Bamba con la gracia de un robot de esos que peleaban en contra de Godzilla en las películas japonesas de los años cincuenta (https://goo.gl/MZKxz2).

No es culpa de los candidatos: el sistema los ha creado y ahora, en estos meses que quedan de campaña, tienen que actuar tal conforme el sistema se los requiere: besando mocosos, escuchando las quejas de ancianas, o bebiendo el pulque con esos machos que beben pulque.

Son zopilotes circulando alrededor del armadillo aplastado en la carretera. Hay que aprovechar que mientras están en campaña, pudiera ser el único momento en que nos escuchan. Quien salga electo se erguirá como Tlatoani máximo, y vivirá alejado de los mortales, ya sea en los Pinos, o, en el caso de AMLO, en su casa rentada (https://goo.gl/C1eyQr). Ya me imagino la buena impresión que dará cuando caiga de visita, no sé, la Reina Isabel II, y la reunión oficial se lleve a cabo en el “counter” de la cocina con olor a aceite quemado y esa mancha de no-se-qué en el sillón de la sala que no se quita con nada.

Lo que me queda claro es que los candidatos jamás nos escucharan con tanta atención fingida, como lo tienen que hacer durante la campaña.

Por eso es importante la campaña de Marichuy (http://suvozesmivoz.mx). Como chilango de clase media/alta/pirrurri o como quieran clasificarme, tengo n-mil más posibilidades de ser escuchado a que si fuera yo indígena, mucho menos si aparte resulta que eres mujer. Cualquier ente es más visible que cualquier mujer indígena en México. Como candidato, Marichuy puede levantar aun más la voz y hacer que los indígenas sean tomados en cuenta.

No es como si Marichuy tenga muchas posibilidades de ser nuestra próxima presidenta: el chiste es que esa voz, sometida y relegada desde el momento en que murió La Malinche, sea escuchada. Quisiéramos escuchar de viva voz, en esos debates a los que seremos sometidos como televidentes, la voz de la indígena sublevada para que escuchemos como es posible el que en el campo mexicano aun exista la “explotación feudal de la mediaría” en donde los campesinos sin tierra cultivan la mitad de los plantíos de un patrón, recibiendo lo que sea de la voluntad del feudal. Ya no queremos escuchar tantas promesas, queremos poder hacer algo para que la versión mexicana de la casta de los intocables pueda empezar a salir del fango, y que estas mujeres no necesariamente terminen de sirvientas en una casa en El Pedregal, si es que corren con suerte.

La campaña de Marichuy no tiene fondos de un partido, ni tampoco fondos para financiar una campaña de doce años. Necesita 867 mil firmas para formar parte de la terna que estará en la boleta para que pueda seguir alzando su voz. Para que ese grito y esa súplica se escuche, registra tu firma. Las instrucciones con todo y video explicando el proceso están aquí https://goo.gl/DaoEEH.

Dar este apoyo no significa que tendrás que votar por Marichuy en julio, es única y exclusivamente para reconocer su derecho de aparecer en la boleta.

Es una prueba de amor hacia con México, mucho más importante que saber el color favorito de tu pareja.


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