Aquellos quienes me conocieron en mi adolescencia no me dejaran mentir al decir que mi cara fue sitiada sin misericordia por hordas de acné. Los matices de mi piel imitaban los colores de la actual bandera teutona, con erupciones semejantes a las que acabaron con los dinosaurios. Siempre había un nuevo ramillete de purulentos barros emergiendo justo en las ocasiones menos oportunas. Solo bastaba el que “hubiera un evento” para que mi frente, mis mejillas o mi nariz (o todas en unísono) se plagaran de erupciones de todos los colores cual techos de plástico de los tianguis.
No había espacio en mi cara que fuera respetado. Llegaban cual paracaidistas al Ajusco, sin parecerles importar que no había terrenos disponibles, y sin que hubiera servicios públicos en kilómetros a la redonda. Había veces que se congregaban en un area específica, pero igual había unos que crecían solos, pequeños Krakatoas que afectaban los movimientos de mi cara.
Mi mamá insiste en que no es cierto, que el azufre termado no me lo bebía, que iba untado en la cara, pero vamos, por supuesto que me bebía ese polvo amarillo y desagradable. Como le dije a una amiga: olvido passwords, nombres, plazos, eventos. Pero el nombre de este compuesto lo llevo tatuado y será el primer olor que reconoceré cuando me abran las rejas del infierno. Azufre termado. Venía en una caja de cartón (cartón del barato) y había que diluirlo ya fuera en agua o en el jugo de naranja matutino, arruinándome el paladar para el resto del día y dejándome un aliento pastoso y seco que nada hacía para alimentar mi ya de por si frágil ego.
La bronca es que el gen que provoca que la piel sea susceptible al acné de adolescente se lo heredé a mis hijos, y ahora es mi mujer quien, libro de brujería casera en mano, intenta hasta lo imposible para que las caras de mis hijos vuelvan a tener esa limpieza de cuando eran niños. La hilera de ingredientes que les unta y da a tomar lee como lista de supermercado: vinagre, ajo, vitamina C, te de manzanilla. Solo hace falta el azufre termado.
En mis épocas, la ciencia del acné empezaba y terminaba con un ungüento: OxyClean, mismo que vendían en un pequeño bote de plástico y que consistía en una pasta con presentación en dos colores: blanco y “color carne”. Claro que los del laboratorio de OxyClean asumían que el color de “mi carne” era del mismo rosa que el jamón Zwan, y untarse esta crema (en cualquiera de sus dos presentaciones) significaba el salir cual Apache pintado para entrar en batalla.
Nada funcionó para mejorar mi cutis, y así como un día llegaron, un día, tiempo después, desvanecieron, dejando en mi, un golpe a mi psique que costó tiempo vencer.
Mi experiencia con el acné fue en realidad una lección de vida. Escucho la voz de mi madre insistiendo “forjó carácter” aunque a la fecha, no sé bien el carácter de quien fue el forjado.
No me consta, pero dicen los entendidos que el infierno y su principal morador, hieden a azufre. Algo habrá sabido AMLO… perdón… Hugo Chávez cuando lo aseveró en un discurso en las Naciones Unidas refiriéndose a la presencia en el recinto de George W. Bush el día anterior.
Hablando del infierno y lo que nos toca este año, hoy en la mañana la noticia es que Margarita Zavala ha recabado las firmas necesarias para poder lanzarse como candidato independiente por la presidencia, y asegurarnos de que tendremos un “México distinto”. De esta manera se une a la promesa de “hacer historia” de AMLO, de que “lo mejor esta por venir” de Meade, y de que “el cambio es posible” de Ricardo Anaya. En cuestiones de por quien votar, yo soy muy fácil: a mi me hablan bonito y caigo cual zopilote sobre carnaza en carretera. Así que con tanta promesa tan, valga, prometedora, pues ni a cual candidato irle en este momento. Lo que me queda claro es que todo será distinto apenas tengamos al nuevo presidente. Los narcos, la miseria, la desigualdad, el analfabetismo, los baches, la corrupción, la violencia… todo será distinto. Me suena a las promesas que me hacía el OxyClean (y bueno, mi mamá con el &/%$# azufre termado) y ya ven, a mi (más de) medio siglo de existencia mi cara ya está limpia (a veces) de granos. Claro, ahora tengo manchas en las manos (“flores de panteón” como las llama mi cuñado), rodillas que crujen a cada paso, estómago de señorita (pero panza chelera) y una memoria comparable al de la amiga azul de ese pececito naranja de esa película aquella, ya saben, esa.
Y es justo de esa falta de memoria en la que dependen los candidatos, porque estoy seguro de que dentro de seis años (AMLO mediante), estaremos escuchando las mismas promesas con distintas palabras, y nos estaremos peleando que si tal o cual candidato es mejor o peor, o, por lo menos, menos malo, y México, y los mexicanos, seguiremos cayendo en socavones mientras huimos de los Narcos con sus metralletas “made in the USA”.
La revista Nexos acaba de sacar una edición en donde autores de distintas generaciones vislumbran como ven al México de mañana. Hay quienes, desde una posición de privilegio, dan las gracias por vivir en México; quienes hablan del desastre diario; del horror del Narcotráfico; quienes apuntalan lo que se debe de hacer para mejorar; quienes vuelcan su rencor al país del norte para maldecir; otros quienes maldicen la actual política neoliberal, así como si el país hubiera sido una utopía antes de entregarnos a este modelo económico; y quien concluye que si no arreglamos la crisis moral del país, solo reafirmaremos nuestro fracaso histórico.
Lo único que me queda claro es que si no hacemos algo, y rápido, deberemos seguir viviendo con el olor de azufre que nos envuelve cada vez que alguno de nuestros compatriotas es acribillado con balas, o por la miseria.