El meollo de los recuerdos es que no hay ni como controlarlos. Ubicarlos, quizá; dirigirlos, chance; pero controlarlos, na na.
Basta con decir que la canción en la que no me pide la luna que canta Daniela Romo me lanza en automático de regreso a la universidad. Funciona igual a la inversa, recordar mi época universitaria, arrastra el na-na-na a mi mente. No quisiera que sucediera, por supuesto, hay otro montonal de canciones que prefiero me remonten a aquella época, pero el na-na-na de Daniela Romo me tropieza sin que yo pueda meter las manos. Por supuesto, el acordarme de esa canción, implica el recordar la letra y de esa estrella que ve Daniela Romo al hacer el amor y no puedo mas que pensar en su pelo largo, todo sudado y pegajoso, adherido cual lapa a su espalda y a partir de ese punto, todo esfuerzo para maniatar mi recuerdo pierde piso y se derrumba.
No tengo nada en contra de Daniela Romo, pero creo que aunque estuviera siendo torturado no podría nombrar otra de sus canciones. Con la de la luna me basta.
Todo fue culpa de Pedro, un ecuatoriano, quien, regresando de vacaciones de navidad, trajo un casete que incluía la mentada canción. El casete era publicidad engañosa, de Lado A daba el gatazo de ser intelectual, música con conciencia social, plagada de canciones de Silvio, Pablo y Mercedes Sosa. El problema era el Lado B, canciones en español para bailar, incluyendo, por supuesto…
Así como los recuerdos, también resulta imposible el controlar las asociaciones de palabras que hacemos. La luna, por ejemplo, y siendo que cuando escribo esto es el doce de diciembre, me conecta con el pedestal sobre el cual esta parada la imagen de la Virgen de Guadalupe, a quien, el depuesto/retirado cardenal Norberto Rivera encomendó en un tweet a su sucesor: “Lo encomiendo a la morenita del Tepeyac y San Juan Diego para que su ministerio episcopal dé muchos frutos para gloria de Dios".
Las palabras vacuas de Rivera llegan al momento en que se retira de su puesto de cardenal envuelto en escándalos de encubrimiento con todo y expedientes abiertos en la PGR, acusado de haber solapado y protegido a por lo menos quince padres pederastas. No dudo que al pagar sus treinta monedas de plata será perdonado, tanto por su iglesia (si ya perdonaron a Maciel, ¿porque no a Rivera?) como por el sistema judicial mexicano: un buen abogado, una buena palanca y suficiente aceite hacen maravillas.
No tengo acceso a la memoria de Rivera, y la verdad es que prefiero el no tenerla, solo él la tiene, y espero que este plagada de imágenes de como, a quienes él protegió, estén descendiendo lentamente a través de algún infierno mental reservado para aquellos quienes abusan de los menores de edad.
No me consta, pero asumo por la profesión que escogió Rivera, que no es padre de familia, y que por lo tanto, no entiende la angustia que se siente cuando un hijo esta enfermo, ni la furia de sentir que esta siendo tratado de manera injusta, y no quiero ni saber lo que sería experimentar lo que se siente cuando alguien se aprovecha de la inocencia de nuestros hijos, por lo que da una rabia especial el que él, quien pudo haber hecho algo al respecto, no haya hecho nada, solo por proteger a su institución y su investidura. No soy docto en el tema, pero no creo que eso haya sido la intención de los fundadores de su religión, el que un jerarca solapara a unos criminales y que luego predicara con respecto a las bondades de su organismo.
Hay que darse cuenta de que uno no sabe mucho en esta vida, y de que no podemos estar seguros de nada, excepto, como bien dicen de este lado del rio, de la muerte y de los impuestos. Pero aquí estamos, compartiendo este espacio, este momento, con la relativa seguridad de que no tenemos control con respecto a nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Por eso es que la vida del prójimo es, y debe de ser, sagrada. Es, al final, aquello que compartimos, lo único que tenemos. Es el respeto que tenemos que tener entre nosotros lo que nos hace civiles y civilizados, por eso resulta inadmisible cuando alguien altera ese orden, y que un superior, en este caso Rivera, se refugie detrás de su sotana para defender la monstruosidad.
La explotación de otros es, sin necesidad de decirlo, un acto deplorable en todos los aspectos. Cuando esta explotación se hace con niños, el castigo terrenal tiene que ser ejemplar. El problema es que bien sabemos que en este caso, por ser quien es el culpable, no llegara tal castigo.
Mal citando a Cristopher Hitchens, “es una lástima que no exista un infierno para que estos despreciables terminen allí”. Por lo tanto, no me queda de otra más que hacerla de bruja medieval y lanzar maleficios en dirección del ex-cardenal y sus protegidos: “que su recuerdos estén plagados con escenas infernales y apocalípticas y que su condena sean sus recuerdos: que no tengan en sus memorias, espacio para recordar nada más, ningún recuerdo positivo, que no se acuerden de su mamá, ni de su niñez, ni de nada que los haya hecho feliz, y que por supuesto tengan en su playback mental y tocada ad infinitum, la canción de la luna de Daniela Romo”.
O, como ella canta: “Quiero ser esa locura que vibra muy dentro de ti” na-na-na.