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El Dilema Wazowski


—¿Quién trajo las ancas?

Matilde sonrió orgullosa, dejándonos entrever sus dientes negros.

—Matilde, por el amor de Dios, ¿cuándo vas a ir con un dentista?

Solo nos vemos una vez al año, y Matilde lleva literalmente siglos negándose el ir con un dentista.

—Un dermatólogo tampoco te caería mal, ¿eh? — Se lo maúlla Rumilda. Es imposible evitar el ver los dos inmensos lunares que tiene Matilde en las mejillas. Par de arañas, patudas y peludas, incrustadas en pleno cachete.

Nosotras en cambio, vivimos plenamente adaptadas a la modernidad: Botox, liposucción, implantes y el inevitable Chanel No. 5 “Y pasta de dientes” como una vez me lo recordó Clotilde, “y pasta de dientes, amiga”.

—Claro que lo que en realidad necesita, es alguien que la revise acá— Rumilda se toca la cabeza con su índice. Todas asentimos.

Es Matilde quien saca las cuatro ancas de rana de una asquerosa bolsa de plástico de supermercado que carga entre harapos viejos y grasosos. Se las pasa a Clotilde.

—¿Qué? ¿Eran de rana gigante ó qué Matilde?— Clotilde las sostiene con cara de asco. —¿Estás segura de que son de rana?

—Hasta a las ranas les ponen hormonas ahora en día— agrego yo.

Matilde solo sonríe. Imagino a los de la Asociación Dental del País viendo con mezcla entre repugnancia y asombro el interior de esa boca. Matilde gesticula para que Clotilde meta las ancas al caldero, a la vez que croa y se pone en cuclillas imitando la pose de una rana.

—¿De veras, Mat?— Yo solo quiero terminar con esto lo antes posible.

Escuchamos música ambiental. Viene de afuera. Es seguida un aviso en el altavoz: “Solo por hoy, el departamento de lencería para dama esta con unas rebajas macabras de hasta el cuarenta por ciento”. Nos miramos ansiosas, excepto Matilde por supuesto. Dudamos el que sepa que existe tal cosa como ropa interior.

—O sea, ¿Hoy? ¿tenían que hacerla hoy? Que joda, hombre.

Hace mucho tiempo de que nos fregaron con la construcción. Al principio, pavimentaron nuestra área para hacer un estacionamiento y no pasó a mayores. Luego construyeron un edificio de oficinas, para finalmente remodelarlo y convertirlo en tienda departamental. Nos era cómodo el reunirnos cuando esto era todavía espacio de oficina, sobretodo cuando empezaron a abandonarlas quesque porque había fantasmas. Que ingenuidad. Fantasmas. Aja.

—¿No nos han dicho nada con respecto a la mudanza?

Todas sabemos la respuesta. Llevamos años solicitando el cambio. “Este tipo de asuntos lleva tiempo chicas” nos avisaron del Consejo Superior, “no hay el presupuesto de antes y no hemos visto ni una propuesta interesante de su parte”.

Año tras año, nosotras permanecemos enfrascadas en lo mismo:

—Necesitamos algo espectacular como propuesta, hermanas.

—Aja ¿Cómo que se te ocurre?

—Un hechizo brillante.

—Aja.

Nos enfrentamos pues, al odiado Dilema Wazowski. Nada es como antes. En mejores épocas todo era mucho mas fácil. Ejemplos abundan: comunicarse a distancia con mis hermanas ha sido substituido con teléfonos celulares, con la cosa de que cualquiera puede hacerlo. Para atacar el mal de amores, ya no hay que invocar al macabro ni hacer pociones especiales, ahora solo falta el ir a la farmacia por una pastilla azul. Y del viejo oficio de asustar, vaya, ¿qué les puedo decir? Matilde recibe mas por dar mas lástima que por dar miedo y bueno, las demás, la verdad es que ya andamos en otras cosas.

“Visite nuestro departamento de deportes y espántese con nuestros precios bajos”.

Rumilda apunta al plafón.

—El detector de humo— nos recuerda.

Hacía cuatro años, el no tapar el detector causó que las alarmas de la tienda se botaran. El caldero esta sacando un humo verdoso que nos hace toser. Aparte, huele a tigre encerrado.

—Que barbaridad—escuchamos a una Señora quejarse desde afuera—a ese bebé le hacen falta verduras.

Matilde empieza con el cántico. Lo repite una y otra vez, y el canto nos remonta al claro del bosque que este sitio solía ser, hasta que la mancha urbana se lo tragó. ¿Para qué les platico? No es lo mismo estar rodeada de coníferos con el sutil sonido de las arañas disolviendo a sus víctimas bajo la luz de una luna llena, que el estar detrás de una puerta en un cuarto reservado para madres lactantes en una tienda departamental con una luz de neon blanca que zumba irrespetuosa.

—Por doce lunas llenas mas— brindamos con ojos cerrados, tratando de no arquear con el sabor del brebaje pululiento que bebemos de las asquerosas tazas que trae Matilde. Desde que descubrimos que solo era necesario el darle dos pequeños sorbos, nos limpiamos el paladar con un Rioja, un manchego y unas mandarinas. Matilde es quien siempre termina bebiendo el resto del potaje como si no supiera a agua de flor de panteón. No me queda duda de que este brebaje le terminó afectado a la pobre.

—Bueno chicas —empieza Clotilde— ahora si que tenemos que mudarnos para el próximo año. Seguir aquí es inaceptable.

Apenas termina su oración, escuchamos la voz de una mujer afuera del cuarto.

—¿Ya van a terminar allá adentro ó que?

Rumilda, quien tiene la paciencia de una loba hambrienta, saca su vara y conjura un hechizo que congela a la mujer.

Todas sabemos que nuestra discusión es inútil. Sin embargo, argumentamos un buen rato mas, hasta que el humo verde y un par de bebés llorando afuera del cuarto, nos cortan la inspiración. Bueno, eso, y el escuchar el anuncio que todas encontramos irresistible y que nos obliga a despedirnos a toda prisa: “A toda nuestra amable clientela, nuestro departamento de artículos para el hogar ofrece un descuento de auténtico miedo! Cincuenta por ciento de rebaja en todas nuestras escobas”.

Digan lo que digan, y con tanto tráfico en la ciudad, no hay mejor método de transporte. Solo es cosa de cuidarse de los malditos drones que ahora pululan cual moscas.


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