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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

Los optimistas


Al gimnasio donde acudo las 5:50am todos los días (excepto los fines de semana… tampoco), acaba de cambiar de titulares. Esta semana, la clase fue impartida por los nuevos propietarios, una pareja agradable, dueños de otro gimnasio, en esta misma ciudad llamado “Optimista”. Los nuevos propietarios parecen ser un fiel reflejo de este nombre. No que haya nada de malo en ser optimista, yay por ellos, pero mi ser descafeinado, desmañanado y cascarrabias de las seis de la mañana, no acepta el que mis débiles esfuerzos con las pesas sean alabados cual si hubiera ganado el Mister Universe. Vamos, cuando llego al gimnasio, quitándome las lagañas y verificando que la camiseta no la tenga puesta al revés (ha sucedido), no necesito ser recibido con muestras de alegría: un simple gruñido de reconocimiento basta. Para mi, el ir al gimnasio es una necesidad sin dejar de ser un suplicio, y si no me creen, pregúntenle a mi mujer sobre mis luchas internas previas a desprenderme de la cama después de que suena mi alarma.

Aparentemente, uno de los proyectos de los nuevos dueños es el poner una pantalla táctil e inteligente para poder registrarse al momento de llegar. Los anteriores dueños nos tenían bastante consentidos con respecto a la abstención tecnológica dentro del gimnasio, misma que consistía en una computadora arrumbada dentro de la pequeña oficina para los entrenadores. De ahora en adelante, mediante la información que se guarde en esta pantalla inteligente, los entrenadores podrán registrar mis patéticos logros y, asumo, mostrarlos al mundo entero. Desde ahora escucho las carcajadas.

Todavía no compro la idea de que la tecnología actual (y me refiero a los celulares y al internet, no a las tiendas que nos traen el mandado a la casa - esas me funcionan de maravilla) haya facilitado tanto nuestra existencia. Si bien es cierto que ahora ya no tendré que gritar ‘presente’ al momento de entrar al gimnasio, que no hay que rebobinar las películas VHS y ni siquiera irlas a entregar (días tarde) al Blockbuster, y que ahora podemos reencontramos con viejos conocidos con mayor facilidad (sólo para luego darnos cuenta el por que los dejamos de ver), también existe el lado inverso de la moneda en que todos nuestros movimientos en línea son monitoreados, rastreados, catalogados y aventados dentro de bandejas enormes de información ’big data’ para luego poder vendernos todas las porquerías que creemos necesitar, desde spinners hasta Pokemons, sin olvidar que también ahora nos venden miedo a escala masiva. Casi parece una línea sacada de una película de Spiderman: «Peter, recuerda: a mayor control, mayor poder». Obvio, el poder, a través del acopio de información personal no es nada nuevo, excepto que ahora, quienes tienen esa información, la obtienen a gran escala con tan sólo oprimir el enter en su teclado.

Basta con leer (y tratar de entender) la avalancha de tweets que envía cierto mandatario (en realidad, cualquier mandatario, sólo que éste digamos es mas especial en sus Tweets que otros) para darnos cuenta de que él trata de sacarle beneficio a cualquier desastre, aprovechando que vivimos pegados a nuestro teléfono inteligente, vendiéndonos miedo a los habitantes de este planeta con el fin, por ejemplo, de intentar obtener un control mas tiránico de la fronteras de este país. Esto lo escribo cuando hoy en la mañana tuvimos un bombardeo de noticias avisándonos que estalló un explosivo en el metro de Londres, y que el mandatario, sin conocimiento de causa y efecto, lanzó todo tipo de Tweets advirtiéndonos de hasta cómo nos vamos a morir si no le hacemos caso.

Tampoco hay que olvidar que los movimientos fundamentalistas han crecido con esta sobredosis de información y de tecnología: aquellos grupos radicales que antes parecían concentrarse en sus zonas de alcance, ahora han tenido una expansión global gracias al miedo que siembran a través de las redes sociales. Lo que antes era un pleito entre pueblos vecinos, ahora se ha convertido en un problema para todos.

El miedo se vende en todos los tipos y tamaños y, en estos días, con la tecnología, tiene un efecto inmediato sobre nuestras vidas: desde el texto de la suegra advirtiéndonos su inminente llegada a la hora de la comida; a la repartición de fotografías truqueadas mostrándonos la devastación de Irma en Miami con las advertencias del advenimiento del Apocalipsis; hasta las del mandatario de los Tweets, él que tiene los códigos para desatar la tercera guerra mundial, advirtiéndonos que tiene las bombas que nos pueden llevar al otro lado “cargadas y alistadas”, cual si estuviera en una película de Clint Eastwood - información suficiente para que nos pongamos a parir chayotes.

En cuestión personal, por supuesto, con esta nueva tecnología en el gimnasio, cae sobre de mi la amenaza de que se propague una fotografía mía levantando pesas.


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