Está bien tener miedo, señor Presidente, en algún punto u otro en nuestro paso por aquí, todos tenemos miedo, nos enfurecemos. Usted tranquilo, aquí estamos para echarle una mano.
Yo me apanico y enojo a cada rato, ni como negarlo. Basta un cambio en mi rutina para que ande yo cual guajolote descabechado. Pregúntele a mis hermanas de cuando mi mamá tiró… perdón, amagó con tirar… la jabonera verde de plástico carcomido de la cocina…repito, amagó con tirar la jabonera verde de plástico carcomido, la que llevaba años en la cocina. Craso error, ya imaginara. Pánico escénico. Furia. Pero no se preocupe, señor Presidente, aquí le apoyamos, faltaba más.
Y entiendo, luego son cositas de nada, las detonantes de nuestros temores. Pero por eso usted tranquilo, señor Presidente, seremos su Nervocalm, para que no se nos altere de sus nervios ni se ande usted enojando.
Por ejemplo, usted tranquilo con lo de la PINTURA de Francisco I Madero, ya sabe esa que pintarrajearon (¿redecoraron?) las mujeres que tomaron las instalaciones del CNDH. Sin sulfurarse, usted éntrele sin miedo, a solucionar los problemas sin temores, señor Presidente, así, sin enfadarse.
Pero me adelanto. Cómo diría el doctor H. Lecter, cortemos por partes.
Para mí, ver a Francisco I Madero retratado en su traje de tres piezas, es verlo, más que como revolucionario, como al de la ventanilla nueve. Ya sabe, el personaje que está sentado detrás de un escritorio de metal galvanizado, tratando de no mancharse las manos con la tinta de su pluma Bic, la que lleva mascando todo el día por aquello de los nervios. ¿Qué quiere que le diga, señor Presidente? Así lo veo yo, a ese Francisco I Madero, al de esas pinturas, peinadito con goma, piocha hipster, traje recién tintoreadito. Hombre, claro, sé que no es cierto, todos sabemos de que era un latifundista progresista, y de que muy probable pasó gran parte de su existencia montado a caballo, su Remington colgada al costado. Revolucionario, obvio, mas no puedo negar que al ver esas efigies, me da toda la facha de que Francisco I Madero era el encargado del sello de “negado”, calendario del Cruz Azul sobre el mostrador (“Mi Máquina” los defendería, nudo en la garganta, lágrimas en los ojos), Bonafina de tamarindo a medio beber con el popote insertado del lado equivocado, bolsita de Sabritas encima del folder manila, Gansitos escondidos en el cajón de su escritorio, las mangas de la camisa cubiertas con protectores de plástico sellados con ligas, y con ganas de que ya dieran las cinco de la tarde para cerrar ventanilla, esfumarse a La Colonial, tomarse un par de cervezas de barril y esconderse en silencio en alguna esquina, tarareando baladas de Los Panchos, haciendo tiempo para evitar llegar a casa y tener que escuchar las quejas de su esposa, Sarita, «que porque, o sea Chaparro, no sabes a lo que me trataron de vender el kilo de jitomate en el mercado, te juro que es que ya no se puede, o sea Panchito, de verás ya tienes que ponerte pila con tu revolucioncita esta, en serio».
¿Qué quiere, señor Presidente? Así lo imagino cuando veo esos retratos: el Francisco I Madero de la ventanilla nueve.
Vamos, Francisco I Madero no tenía, como Zapata, el look de revolucionario integrado. De haber sido así, ya lo hubieran pintado desnudo, entaconado, sombrero rosa, montado ufano y alegre sobre su corcel.
Pinturas. Pintado.
Pero la vida trepó a Francisco I Madero en la Revolución. La desigualdad y la injusticia lo obligaron a la rebeldía: que si el plan de san luis, que redactar lo de la sucesión presidencial, a viralizar la del #SufragioEfectivo, a decir ya basta con soportarle el bigote a Porfirio y enfrentarse con él hasta verlo zarpar en el Ipiranga para que no volviera ni muerto al país. Y así de repente, el Francisco I Madero revolucionario se quedó al mando del país. No sería ni la primera ni la última que un ranchero llegara a la silla presidencial, ni el primero ni el último en llegar allí después de reclamar “me robaron la presidencia”, ni tampoco sería el último en enfrentarse, así de sopetón, a un puesto que le quedaba enorme, de creer que eso de gobernar no tenía mucha ciencia.
Ni el primero ni el último en ser transformado de revolucionario al de la ventanilla nueve.
Francisco I Madero, revolucionario, apoyaría, sin dudarlo, a estas mujeres desesperadas y angustiadas, atormentadas ante la inacción del de la ventanilla nueve por las muertes, los abusos, las atrocidades cometidas en contra de sus hijas, hermanas, madres, vecinas, amigas. En vez de quejarse, hay que agradecer que éstas colectivas descongelaron al del de la ventanilla nueve, lo regresaron a la revolución, a la lucha. Este colectivo de mujeres son Francisco I Madero revolucionario, reclaman acción, ahorita, hoy, recordando que aquel retrato colgado es solo una pintura en un muro que se esconde detrás del silencio, como el del actual Estado, como una inútil #LadyTBone.
Cosa de perder el miedo, señor Presidente, de no estar saludando de beso y reverencia a la mamá de quien ha causado tantas muertes, de soltar al hijo asesino por miedo a las represalias, de perder el tiempo explicando de a como se venden los cachitos para un sorteo. Cosa de perder el miedo, señor Presidente, atender a las mujeres aunque estén, con toda la razón, furibundas. Ahorita, hoy. Luego se queja usted de su pintura, señor Presidente. Las muertas, las violadas, las golpeadas y asesinadas, lo reclaman. Hoy, señor Presidente. Sin miedo.
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