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  • Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

Microondas

Es rápido, les prometemos a Miki y a Nico a las once la mañana, tres cositas necesita el departamento… par de horas a lo mucho, ninguna es mayor ciencia: una limpiadita en general; cubrimos, con pasta de dientes, un par de agujeros que perforó la inquilina, los pintamos encima; y compramos un microondas nuevo para colocarlo porque la inquilina tronó la puerta del que teníamos. Par de horas, máximo, les aseguramos, par de horas.



Par de horas fue lo que me pasé junto con Miki en la ferretería naranja comprando el microondas porque solo tenían un par de modelos en existencia dentro de la tienda, y cuando les dije a los del area de “Cocina y Baños” que me quería llevar el microondas conmigo (¿así con usted, usted? me preguntaron), que no me servía el que me lo enviaran para el día siguiente, fue como decirles que el proyecto era enviar el Whirlpool modelo WMH32519HZ-30 a la luna propulsado por el botón para explotar las palomitas de maíz. Me dijeron, momentito señor, se sentaron en la computadora, oprimieron teclas, observaban su pantalla, se levantaban, iban, venían, me preguntaban cuestiones sobre mi fe en la ciencia, mi recuerdo favorito en la tienda y mi opinión sobre el transporte interespacial, se cuestionaban entre ellos, llamaban al supervisor, se rascaban la cabeza, el mentón, discutían sobre cuadraturas, integrales, y por supuesto, sobre la hipotenusa. Ya lo ubicamos, me sonrieron después de un largo rato, solo lo tenemos que ir a ver, hacer la visual, me dijeron. Con lo que tardaron, imagine una expedición a ubicar al Yeti. Mientras esperaba, se me acercó un cuate. Soy handyman, me saludó, coloco microondas, me susurró. Me dio su tarjeta, leía “Handyman - coloco microondas”. ¿Qué tan difícil? pensé. El handyman volteó a su alrededor, confirmó que estábamos solos en el pasillo, hizo como que medía los microondas, y me dijo entre dientes, ojo eh, hay que invertir los motores para que funcione como ventilador. Imaginé estar en un episodio de Black Mirror, el de “Handyman - colocador de microondas”. Habiendo transmitido esa sabiduría milenaria, el handyman me dejó, perdiéndose por entre los pasillos repletos de estufas, abandonándome en la sección de refrigeradores, donde me puse a abrir y cerrar puertas de los refris para no parecer de esas gentes raritas que se pasan horas en la sección de “Cocinas y Baños” de la ferretería naranja. Mientras seguía esperando, asumí que los vendedores seguían replanteándose los cálculos de Leibniz. Cumplida la visualización de la caja señor, me informaron, solo hay que esperar a que den el visto bueno en el pasillo para que puedan bajar el microondas. A lo lejos escucho un “todo listo” como si fueran a estallar las paredes de una mina, descubrir la beta con el uranio. A lo lejos escucho a una grúa pinpineando, y quiero suponer que están bajando la caja con el hornito de microondas, imagino a Harrison Ford, cazadores del anaquel perdido. Solo un ratito más, me explica el de “Cocinas y Baños”, ya no tarda. Eso sí, se caen de amables, los de “Cocinas y Baños”. Seguimos esperando. Miki me enseña un refrigerador que con un botón abre una puerta donde se guardan las mantequillas y las cremas como para no tener que abrir todo de un jalón, no se vayan a destantear los jitomates con tanto cambio de temperatura. Juntos estudiamos las lavadoras/secadoras y nos asombramos de la cantidad de botones para lavar y secar ropa y decimos, wow cuantos botones, porque aunque parezca extraño, las conversaciones sobre las lavadoras/secadoras tampoco no dan para mucho más. Continúa la espera, vamos de aquí para allá y de regreso, picando botones, revisando precios, viendo memes y videos que Miki me enseña en su iPhone, mientras él que nos atendió sigue sonriendo, con cara de ya mérito. Finalmente, como de un seis de enero, la caja aparece como traída del oriente, solo faltan las galletitas para los Reyes y el agua para el caballo, el dromedario y el elefante. Montamos la caja en el carrito y nos enfilamos al “self-checkout”, mismo que uno asume es más eficiente, por no tener que lidiar con alguien que no sepa cálculo diferencial, conocimientos elementales para recibir mi tarjeta. Paso el código de barras y el precio marcado aparece equivocado en la pantalla, solo por cien dólares. Es que los de “Cocinas y Baños” no calcularon el descuento, ni cuándo fueron a visualizar la caja, ni cuando estaban derivando las funciones integrales del microondas, me explica una señorita que viene a rescatarme. Dilemas de hombre moderno, medito, los tontos cavernícolas no sabrían ni cómo enchufar su microondas en su cueva, mucho menos sabrían cómo ponerse un chaleco naranja.


Seis horas después, con la ayuda de mis hijos, y tarareando “[Dire Straits]” terminamos de instalar el mentado microondas, que también funge como ventilador de la estufa.


Solo fueron cuatro idas más a la ferretería naranja: que si por unas maderitas para nivelar la pared para que el Whirlpool modelo WMH32519HZ-30 no quedara colgando; que si por más pintura porque la que compramos para cubrir los dos hoyitos no dio el tono y un brochazo se convirtió en “¿sabes qué? mejor pintamos la pared entera” que se convirtió en “no pues, ya mejor toda la pared del fondo” y, “pues de una vez los arcos”; que por unos clavos, por otros tornillos, que por unos taquetes de metal de esos que se anclan a las paredes de tablaroca. En medio de estarle sudando, sobo la tarjeta del handyman, la que leía “Handyman - coloco microondas”, suspiro por él.

Si todo fuera tan fácil como gobernar, pensé, que eso, como ya nos aseguró el Mesías Tropical, no tiene mucha ciencia.

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