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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

Héroe en Vespa


Es primero de mayo. Habrá, asumo, desfile en alguna parte de la ciudad, gritos de, "vivan los trabajadores", "fuerza obreros", "arriba y adelante compañeros", o frases semejantes, palabras urdiendo al proletariado a verse a si mismos como en los viejos posters soviéticos: overoles, mirada hacia arriba, mano levantada blandiendo una hoz, un martillo, una Llave Stilson de dimensiones poco prácticas en nuestra era de micro chips. Claro que hoy en día los manifestantes vestirán con camisetas de Homero Simpson, de Marx con orejas de Mickey Mouse, o de Taylor Swift, enviando un mensaje mixto a las masas trabajadoras.


Neta, lo que más importa en la CdMx siempre ha sido el día libre.


Ayer regresamos a la CdMx.


Dos o tres amigos de los de allá no entienden nuestra atracción por estar acá. Es que la cantidad de gente, el esmog, el tráfico, el ruido, el polvo, la mugre, el sentir el peligro inminente, se quejan.


En esto pensaba anoche mientras recorríamos los dilapidados pasillos del olvidado Aeropuerto Internacional Benito Juárez (que es otra cosa acerca del Felipe Ángeles, hombre quien, con todo respeto, no está a nivel del Benemérito de la Patria en términos de caché - vamos, si no apareciste en mi libro de Ciencias Sociales de la SEP en Quinto año de primaria con la Miss Dulce, no mereces un aeropuerto internacional, punto... digo, con todo respeto), esquivando a los de intendencia, quienes sin importar la hora o el flujo de pasajeros, estaban, como siempre, trapeando/bailando/escuchando su música, sus letreros triangulares de plástico que dicen ‘precaución, piso mojado’ utilizados para soplarle al piso mojado y quienes, sonrisa en boca te aseguran, sin problema usted pásele joven.


Viajamos con Rosita, que implica detenerse en la inspección zoosanitaria. Suena como asunto ganadero, eso de detenerse en una inspección zoosanitaria, tipo lo que hacía mi tío Billy con las vacas en su rancho, meterlas a bañar dentro de una fosa con garrapaticida. Pero acá no hay tal baño. Acá la inspección zoosanitaria es llenar un formato, aguardar a que una muy sonriente mujer le eche un ojito rápido a la mascota.


Hubo que esperar turno parados en un tapete verde imitación pasto repleto de manchas obscuras de origen nada dudoso, culpa obvio de los perros (el enemigo) alineados para ser inspeccionados. No hay mucho estrés en el proceso, fue aguantar vara mientras la perrita del de enfrente, una Xoloitzcuintle divina, insistía en querer ser mi amiga mientras sentía los ojos de mi gata quemándome la espalda con un, ni te atrevas acariciarla que sé donde duermes.


En realidad, no sé que es lo que inspeccionen, pero la alegre inspectora me dijo que se le veía que era una gatita muy bonita, conclusión que no sé que quiera decir en términos de una inspección zoosanitaria.


Estuvimos en el tapete verde un buen rato porque en dicha cola de inspección zoosanitaria había cinco perros (el enemigo) antes que nosotros, tiempo suficiente para que el resto de los pasajeros de nuestro vuelo recogieran maletas y que la sala quedara vacía, excepto claro, por los aduaneros y su perro, un pastor belga que uno supone está entrenado hasta los dientes para detectar whatever. Uno hubiera supuesto eso, digo, porque no tardó en vaciarse la sala de pasajeros cuando los aduaneros se dedicaron a patearle una pelota de hule al pastor belga quien corría por toda la sala, deslizándose por el piso de mármol recién trapeado, para pescar su pelota de hule, regresárselas feliz a los aduaneros, y ladrándoles hasta para que se la volvieran a lanzar. Este entretenimiento no lo ves ni en el Charles de Gaulle, ni en JFK, y mucho menos en el AIFA, que ni que.


Ya estaba obscuro cuando llegamos al depa. Dentro del zaguán, puerta ya cerrada, AnaP se volteó a verme con cara de pánico, situación que no sucede mucho porque de los dos, por mucho, la gallina histérica siempre soy yo. Mi bolsa, me dijo, mi bolsa verde con los pasaportes, se quedó en el taxi. La puerta del zaguán hay que abrirla con llave, y entre que abrió la puerta, el Yellow Cab había emprendido camino. Con eso de que entre San Jorge y los de GOT se encargaron de matar a cuanto dragón se les pusiera enfrente obliterándolos de la faz de la tierra por siempre, cosa que quizá sea bueno porque ¿quien quiere vivir aterrorizado de ser rostizado vivo por un bicho volador?, pero la bronca es que a nosotros, los caballeros estrenando zapatos tenis queriendo demostrar nuestra valía ante nuestras adoradas damas, no nos dejaron muchas opciones para exponer mérito, así que sin pensarla dos veces, olvidando el que cada loza de basalto del piso de las banquetas de Coyoacán están cada cual flotando a su propio nivel, la hice de Usain y salí destapado a perseguir al taxi amarillo. En medio de mi espectacular sprint (imaginen Paris 2024, la final de los cien metros planos, la multitud enardecida por la aparición sorpresa de un gordito en jeans) observaba al taxi amarillo avanzando a jalones, nomás tantito más rápido que yo, alejándose lo suficiente de mi y dejándome atrás como en una mala pesadilla. Para cuando llegué a la esquina del Mercado de Coyoacán, andaba ya echando el buche. Resignado, manos en las rodillas, apenas levanté la cabeza para quedarme viendo al mentado Yellow Cab escapándose en la obscuridad y en el tráfico. Fue en ese momento, cual pastorcita en Fátima, que escuché la voz. Trépate güero, le damos alcance, anda trépate. A diferencia de la virgen portuguesa, la voz provenía de un cuate en una moto tipo Vespa. ¿A cual vamos persiguiendo, güero? Sopese mi situación en cuestión de milésimas de segundos: regresar a AnaP con la gloria eterna, bolsa verde en mano aunque con la inminente posibilidad de ser llevado directito a donde sea que nos secuestren los de las motos tipo Vespas a los güeros ingenuos como yo, o volver con las manos sin bolsa verde, alma derrotada, honor pisoteado. Maldije a San Jorge y a la actual falta de dragones. Agárrate fuerte, me dijo aquel hombre cuando me trepé a la moto, su nada despreciable panza mi única agarradera. Exhausto por haber corrido, sin saber donde colocar mis pies, me encomendé a los dioses de las Santas Vespas y nos arrancamos tendidos, esquivando coches, baches, transeúntes. ¿Qué se llevó, güero?, me preguntó mi caballero de barriga chelera, bigote denso, casco azul cielo. Lo perseguimos no sé cuantas cuadras, el olor de lo que sea que quemen las motos tipo Vespas mezclándose con mis gotas de sudor. Pero fue en vano. El Yellow Cab se nos perdió. Quizá se trepó a Rio Churubusco, quizá el taxi amarillo se esfumó del planeta como todos los dragones.


Seguía prensado de su barriga cuando mi héroe de la moto tipo Vespa se disculpó. Lo siento güero, me dijo, ya no vi donde se nos fue. Si los cascos azul cielo pueden estar alicaídos, éste lo estaba. Derrotados, me dio un aventón a la plaza de los coyotes. En el trayecto de regreso, mis manos se sentían demasiado presentes abrazando su barriga, ¿qué hago?, pensé, ¿lo abrazo con puños cerrados o con puños abiertos? Opté por dejarlos cerrados. Menos personal, deduje. Había algo demasiado íntimo en aquella imagen. Cuando me bajé, le di las gracias, nos despedimos de mano, nos vimos las caras por primera vez. Le hubiera invitado una cerveza, pero tenía que regresar con AnaP, afrontarla con otra derrota más.


Pensé que te iba a encontrar en la calle con un ataque cardíaco, me dijo AnaP cuando me vio de regreso. ¿Gracias?, le respondí. Te grité, me dijo, metí mi bolsa verde en tu backpack naranja, te grité que ya la había encontrado, pero ya no me escuchaste, te fuiste demasiado rápido.


¿Rápido?, pensé orgulloso. Hubiera encendido mi Strava para medir el tiempo de mi sprint, mandársela al Comité Olímpico Mexicano.


Agradecí al Poli que todas las mañanas nos echa porras “ándele campeón si puede” a quienes damos vueltas alrededor de Viveros, porrista a quien seguro le conseguiré boletos para cuando este parado en la meta de salida en la final de los cien metros planos en Paris 2024. Pensé en el perro “guardián de la nación” persiguiendo pelotas de hule en el Benito Juárez, en la inspección zoosanitaria, en los buenos días del barrendero con su escoba de varas, en el swish que hace la escoba, en los de intendencia del Benito Juarez soplándole al piso trapeado con los letreros de ‘precaución, piso mojado’, en el de la moto imitación Vespa diciendo, ‘anda güero trépate y le damos alcance’.


En los tacos que luego nos echamos AnaP y yo.


En la CdMx, pues.

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