Uno de mis propósitos de este año es incursionar lo mínimo en las redes sociales.
Bueno, ok, el mero mero propósito es no entrar para nada, pero ya saben como es luego, hay links en los artículos, y pues ni modo de no meterse al cien. Así las cosas, llevo días sin enojarme con los comentarios en X (antes Twitter) ni me he perdido en los interminables videos del Instagram. Cada quien tiene su talón, y para mi es YouTube. Siendo, como soy, una gallina, no me atrevo ni a poner una ‘Y’ en la línea del Safari para que no se le ocurra sugerirme el lanzarme al vórtice maligno de YouTube, donde mi feed me alimenta con videos irresistibles de gatos, clips de películas, o de fulanos cocinando, forzándome a ver una serie de videos de tres o cuatro minutos mientras afuera obscurece. Así que con el aliciente artificial generado por el comienzo del año, estoy en pleno proceso de alejarme de este nuevo círculo infernal para seguro ser aventado a otro. No hay escapatoria.
Pero los dioses de la procrastinación me exigen. Debo satisfacerlos. Ahora me escurro cual rata por las noticias de diversos sitios, olfateando notas disimulas con las cuales distraerme, leyendo lo que me encuentre. Leo reseñas de películas, de libros, de productos de cocina. Me detengo en listas con propósitos de año nuevo (desprenderse de las redes sociales siempre figura), listas con recomendaciones para vivir ‘más mejor’ (desprenderse de las redes sociales siempre figura). Mis últimas lecturas incluyen un artículo con recomendaciones acerca de películas canadienses de zombies, otra con métodos para ejercitarse mientras uno trabaja en la computadora, y por supuesta, una con varias recomendaciones acerca de como zafarse de las garras de los teléfonos inteligentes -con links a videos incluidos.
Así fue como me topé con ‘El silencio del capitán Marcos’, artículo de El País acerca del subcomandante Marcos quien reapareció con su nuevo mote ‘el capitán insurgente Marcos’ -porque si Prince pudo, ¿porqué no él?- en el aniversario número treinta del inicio del levantamiento armado zapatista ocurrido en ‘algún lugar de la selva lacandona’.
Primera noticia de que el sub’ anduviera desaparecido.
¿Y qué dice el artículo?, me preguntó AnaP.
Lo típico, ya sabes, le respondí con pocas ganas de ahondar en el tema, nada interesante, reapareció porque dio un discurso por lo del aniversario y que, terminado sus palabras, un colectivo de mujeres otomíes le dieron muñequitas de trapo con una estrella roja e inscripción del EZLN. Luego lo abrazaron. Nietas abrazando al abuelo.
La verdad es que leí desconcentrado el artículo. Me desubicaron un par de fotos del sub’, quien, aparte de su pasamontañas tradicional, su pipa, ahora carga con una barriga importante. Una de esas adiciones adiposas que anualmente en estas épocas te prometes a ti mismo tiene que desaparecer para cuando llegue el momento de ir a la alberca en verano y tengas que enfrentarte al mundo con nada más que un traje de baño lo hagas con un poco más de dignidad que una baby beluga evolucionando a ser terrestre pero que igual, nunca sucede.
Eso sí se lo comenté a AnaP, lo de la panza del sub’.
¿Cómo te fijas en eso?, me cuestionó.
Me fije pues, ahora ya no la puedo desver'.
Igual habrá sido porque en el artículo aluden a la otrora figura atlética del insurrecionista, ahora convertida en una silueta que es cualquier de nosotros que nos hemos sentado horas en una silla frente al escritorio.
Ya entrado en una crisis de procrastinación total, me metí a chismear el blog ( http://enlacezapatista.ezln.org.mx) donde el sub’ (‘el capitán insurgente Marcos’, pues) y sus compañeros escriben acontecimientos y pensares. Nada mal por si gustan pasar a quedarse dormidos. Desde el font usado, hasta oraciones como “La memoria no es sólo el alimento de la digna rabia, es también raíz del árbol de la dignidad y la rebeldía” sentí unas ganas enormes de perderme en TikTok.
Regresé a la foto de la barriga revolucionaria. Imagino que el sub’ se preocupa con lo mismo que luego me preocupa: que si la camisa se siente más apretada, que si el resorte de la ropa interior ahora está más marcada. Resolverá, como yo luego hago, hacer más ejercicio, comer menos galletas con harina híper procesada, bajarle a las chelas. Preocupaciones semejantes a las mías, pues.
Una barriga revolucionaria en plena selva lacandona.
No sé, quizá fue devorarse esos tamales de chipilín de más, esos cochitos que resultaron ser demasiada tentación. Chance nomás sean las Sabritas, los Twinkies, las Tecates.
En contexto revolucionario, la barriga es una bandera de conformidad. Para un luchador, la circunferencia esfuma propósitos, ganas, ideas. Para ejemplo basta ver lo redondo de AMLO quien a diario regurgita palabras viejas y conservadoras emulando propuestas revolucionarias. O peor, la de Santa Claus, relegado a ser un mero repartidor de productos chinos. ¿Dónde quedaron los juguetes inventivos de su taller de elfos? La del sub’ es de esas barrigas que dicen, llegué, vi, me conformé, ahora pásate otra chela. Vamos, a nuestra edad no está mal, se acepta, es lo que es.
¿Pero por qué te fijaste en la barriga?, me repite AnaP. No sé, le repito, no sé. Solo sé que hay algo en esa barriga que me deprimió. Quizá me recuerda demasiado a la mía.
Chance es el punto final de la ilusión de que otro mundo era posible, y que ahora solo queda resignarse, preguntarnos, como lo hace Paul Simon “why am I soft in the middle now?”
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