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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

Crónicas navideñas


24 dic 19 - navida’


El otro día fuimos AnaP y yo a una junta, y en vez de los tradicionales dulces navideños de esos que los Reyes Magos le trajeron al BabyYesus desde el Walgreens del Oriente, que si los Kisses -envoltorios verdes y rojos, obvio- que si los Kit-Kat que si los Reeses, los de aquella oficina tuvieron la osadía de ofrecer un recipiente repleto de mandarinas, de esas que son chiquitas, dulces, sin gajos que chorrean y sin semillas -recordándonos el milagro de lo genéticamente modificado- fruta que me trasladó a esas navidades de cuando pensar en tener dulces gringos era el ápice de la fayuca y encontrar un SweeTart en la piñata era suficiente para que Echeverría encerrara a la familia entera en Lecumberri, enviando a sus Halcones paramilitares a irrumpir en las piñatadas que nos organizaba mi mamá en el garaje de donde mi papá tenía que sacar su Rambler blanco ese que odió desde el primer día, por lo que, asumo para evitar nuestro encarcelamiento, las piñatas eran rellenadas con trozos cortados de cañas de azúcar de esas que la primera mordida es jugosa pero que el resto es como chupar madera seca; de cacahuates en su cáscara que al caer se quiebran en miles de pedacitos y que qué bueno porque ni que fuéramos elefantes; de mandarinas de esas que la mitad era semilla y nomás pensar en ellas te deja los brazos pringosos con jugo; y tejocotes, que por más que le tratamos de explicar al gringo con quien estábamos, no llegamos a un consenso sobre su traducción y fue hasta luego que la googlée que me enteré de que proviene del algún genio de la mercadotecnia prehispánica, porque en nahuatl significa “fruta de piedra”, con ese nombre, seguro era todo un best-seller en los mercaditos fruteros de Tenochtitlán.


25 dic 19 - navidad2


Ya llegó el día donde todo es felicidad y alegría, como debería de serlo pues, y no lo digo por lo del cuento del pesebre, las vacas, los reyes, la estrella vagabunda y la manga del muerto, ni tampoco por los regalos que de todo corazón deseo hayan cumplido con todas las expectativas y sueños de ese pequeño gran consumista interno con el que nadie nace pero que vaya que alimentamos desde nuestra primera Navidad hasta el momento en que recibimos el iPhone mas brilloso, momento en el que nos damos cuenta de que no nos podemos aguantar las ganas de que Apple saque uno todavía más nuevo para salir corriendo a la Apple Store y comprar uno que te recuerde de que ya te tardaste en comprar el más reciente. Pero no, no lo digo por eso, ni tampoco por toda la bola de alimentos que parece provenir de animales que aun no hemos sacrificado para comer en lo que va del año; ni tampoco lo digo porque llevamos todo el año con que si Greta, con que si el planeta, con que si el plástico, con que si el las Amazonas quemándose, pero eso sí, llegada la época, envoltorios van, envoltorios vienen, envoltorios con un único papel en la vida, por así decirlo. No, lo digo porque de manera oficial, y si no es de manera oficial debería de ser legislado, que por lo menos hasta el próximo Halloween ya no tendremos que escuchar villancicos. Debo agregar que en esta, su casa, en una operación casi militar, limitamos de manera bastante eficiente el escuchar de pastores, de peces y de noches de paz, haciendo lo imposible para distraer, cuando la circunstancia así lo requería, a la única que pone con gusto y que alegre canta esas malditas canciones de la temporada.


26 dic 19 - navidad3


Bajé de madrugada esperando a que el olor del pavo ahumado con el que nos fuimos a dormir anoche se hubiera esfumado, aroma que es un recordatorio de que en Navidad no hicimos nada más que comer, extendiendo la Nochebuena cuando empezamos donde Cora y Fer, acudiendo con la ilusión del pan que prepara con quesos: el azul, el Philadelphia y el que sobre en el refri. Una bomba sin duda, pero riquísimo e irresistible. Al final no hubo, pero igual nos comimos otro menjurje a base de algún otro producto lácteo en forma de arbolito de navidad, que no nos alcanzó ni para el O’Tannenbaum. Luego caimos, con todo y suegro, a un ‘openhouse’ de Anne y Tony donde había.. no importa, había tamales, que acá es la tradición. Saciados, pero no tanto, caimos donde Nina que tenía quesos, chorizos, y un guacamole que me trague enterito, y por supuesto más tamales, así que terminé comiéndome un par de los de puerco porque supongo soy medio caníbal. En la mañana, AnaP decidió que lo importante era empezar con waffles, y como con esos no me mido, me comí tres con la excusa de que estaban chiquitos, aunque no era cierto. Para el mediodía descongelamos bacalao, preparamos una ensalada de betabel -tubérculo que nos enteramos no es del gusto de mi suegro- y por supuesto calentamos el pavo ahumado que desde que lo vi el otro día en el Central Market se me antojó y que cuando fuimos por él, era el último en el refrigerador del supermercado, esperándonos como perrito de azotea. La cosa es que al calentarlo, impregnó la casa con olor a ahumado que se me pegó y no se me quitó ni al bañarme. Andamos ahora pensándole al menú de la cena del fin de año.

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