Ayer en la tarde, a las seis de la tarde que aquí ya es ‘de noche’ porque vayas a donde vayas te desean el ‘Good Night’ porque para esa hora ya todo mundo cenó, se empijamó y está a nada de meterse a la cama, fui a una recepción donde tres artistas locales exhibían sus creaciones recientes. Fiel a la costumbre de acá, me trepé al coche, manejé veinte minutos, me encontré con César y Amaya, estuve media hora circulando por la casa ahora adecuada como espacio para exhibir arte, hablamos un rato con dos de los artistas —la tercera no, porque era gringa y que flojera—, ojeamos las obras y nos salimos porque el clima estaba bastante decente y aun no llegan las oleadas ni de calor ni de mosquitos. En el porche de la casa nos quedamos discutiendo, pero nada que ver con el arte que habíamos absorbido. De uno de los artistas solo me contaron un chisme, pero como no conocía ni al artista, y menos a sus amoríos, tampoco es como si pasara demasiado.
Y no, no discutimos nada acerca de las obras porque las obras de arte en si, no me hicieron sentir nada. Nada. Ni bueno, ni malo, ni nada. Pude haber estado en el Walgreens comprando una bolsa de Doritos y un Gatorade que hubiera sido lo mismo.
El primero eran esculturas logradas a base de artefactos encontrados supuestamente al azar, pero para mi, los objetos eran buscados adrede por el artista: un triciclo viejo de madera, otro triciclo viejo con llantas asimétricas y ajustado con una hélice de madera, de esas que no sé para que se usaban pero que cuelgan mucho en restaurantes para darles una ambientación de los años veintes, y una grúa tipo Mecano excepto de madera y que estaba dos tres padre; la siguiente artista, la gringa, tenía estampados en papelería recordándome más a las tarjetas que acá venden en el pasillo catorce del súper y que tienen ocurrencias para hacer creer a la persona a quien se los mandas que estás pensando en ellos; el tercero exhibía fotografías, bueno, tres fotografías. Bueno, tres fotos y ropa, porque el artista complementó sus tres fotografías con ropa que creo está diseñada por él, pero fabricada por un tercero. Es vestuario para mujeres: chales, leggins, mascadas, shorts. Quizá los estampados sean originales, pero no sé. La ropa estaba bien, pero no así como para sacar la chequera.
Ya luego nos despedimos. Amaya y César se fueron a ver el partido de fútbol de la niñas a un pueblo que queda a veinte minutos de acá, yo me regresé a cenar con Gusano y a quesque escribir acerca de los artistas, intentar no sonar despectivo con respecto a sus esfuerzos, sabiendo perfecto que los míos son igual de temporales, igual de vanos, igual pues.
Comentários