Las palabras de Guillermo del Toro cuando recibió el Oscar el lunes pasado, fueron que lo qué mejor hace la industria del cine, es el “borrar las líneas en la arena”. En realidad, eso de borrar esas líneas es de lo que mejor hace el arte, aparte de ser la conflagración de todas nuestras esperanzas y sueños.
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En el face, una amiga elogió el artículo “Renovar la rebeldía” de Germán Martínez Cázares publicado en el Reforma, por la “lucidez” con la que defiende a AMLO. Para empezar, el licenciado Martínez tendría que incluir un caveat antes de cada artículo, recordándole a sus lectores que trabaja para AMLO, porque su artículo defiende una imagen idealizada de su jefe: es una carta de amor, no es una editorial. Y venga, si no le escribes cosas bonitas a tu novia en las primeras etapas de tu relación (empezaron a finales de enero), no es un buen augurio para cuando se aireen los trapitos al sol.
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El otro día, recibí uno de esos textos que luego circulan en uno de “mis grupos” de WhatsApp en donde ensalzan todo lo positivo de México y de los mexicanos. En principio, y por principios, soy bastante amargado, y esos textos me los paso por el arco del triunfo, pero dentro del grupo siempre hay quien responde con el emoji del pulgar levantado, o texteando “Es que es cierto” (en mayúsculas y con uno o más signos de exclamación), o el más clásico y siempre elegante, “A la chingada que si! Viva México, cabrones!”.
No voy a mentir: no es que no sufra cual quinceañera cuando juega “El Tri” en el Mundial (no era penal); ni tampoco les voy a decir que la piel no se me pone chinita cuando escucho las primeras líneas de mexicanos al grito de guerra, o la de Te Solté la Rienda que me recuerda a las películas mexicanas en blanco y negro que pasaban en el canal cuatro y que veía a escondidas cuando estaba “enfermo” y me quedaba en casa sin ir a la escuela; o, el que la otra noche yo no hubiera estado echándole porras para que ganaran el Oscar tanto The Shape of Water, cómo Coco, por sus conexiones con México; o que cuando sueño en convertirme en jipi y escaparme de la vida, siempre termino en San Agustinillo en Oaxaca, porque si he de pasar el resto de mi existencia en algún lugar, que sea allí, porque vamos: el ceviche, el pescadito, los cocteles, la arena, el mar, la gente, las tortillitas, la chela, las noches, mi mujer, el ceviche. El ceviche.
Pero de eso a argumentar, aun a pesar de las buenas intenciones de quienes escriben esos textos, de que México es especial, y de que los mexicanos en consecuencia también lo somos por el hecho de haber nacido dentro de las fronteras del territorio, me hace pensar en la frase que se hizo tan popular acá en las elecciones pasadas, esa de Make America Great Again. Sí claro, los mexicanos somos especiales y únicos y lo que quieran, pero también lo es la gente que nació al sur del Usumacinta y los que nacieron al este del Nilo, al norte del Rhone y debajo de los Himalayas.
Parafraseado a Síndrome, el de Los Increíbles, “si todos somos especiales, nadie lo es”.
Esto de que unas líneas marcadas (en la arena) por nuestros ancestros en automático nos “hagan especiales”, es como tratar de darle forma al agua sin un contenedor, y se convierte en uno de esos tantos “ismos” de los que se aferran nuestros gobernantes para pastorearnos.
Y como bien dijo Mafalda: “soy alérgica a cualquier tipo de ismo”.
Es que eso de generalizar “los mexicanos somos esto o lo otro” es lo que, por lo menos a mi, no me late, y en general, la gente que generaliza y que encuadra a un grupo dentro de un montón, ofende en varios niveles.
Vamos, creo que nos sentimos ofendidos cuando Trump agrupó a los mexicanos como violadores, criminales y narcotraficantes por haber nacido dentro de los confines de la república, y nos sigue molestando la simple idea de ese muro racista, que nos trata como si lo fuéramos. Son esas frases, esas palabras que generalizan, agrupan y descartan, las que dan a conocer al bully, al que sabe que tiene poder y no le importa aplastar. Primero lo hará con palabras y posteriormente con acciones. Primero lo hará con un grupo, luego con el siguiente.
Este julio, cada mexicano elegirá sus razones por las cuales votar por un candidato o descartar al otro. En lo particular, AMLO nos ha dado suficientes razones por las cuales no votar por él: que si es un populista; que si primero dice que nunca jamás jugará con los del PES y luego les pide, porque le conviene, su balón para jugar juntos; que si en realidad se cree un mesías “YO tengo la fórmula”, su Constitución Moral, y sus perdones anticipados; que si se cree Luis XIV, “El Estado Soy Yo” y lo ha demostrado con la mano autoritaria con la que rige su partido; que si sus ideas son propias de 1974 - “construiremos refinerías” cuando el mundo se aleja de los automóviles de motor de combustión interna; o de latifundista feudal del medievo “la fábrica más importante de México es el campo”; que si dime con quien andas y te dire quien eres (Manuel Bartlett, el yerno de Elba, Napito); que de donde consiguió los fondos para recorrer México durante los últimos no sé cuantos años; o que si simplemente dice demasiados “este…” en cada una de sus entrevistas.
Al final del día, cada quien escogemos nuestro veneno, pero para mi, la estaca que selló mi voto, es que a ojos de AMLO, yo soy, tal como lo son Meade y Anaya, un fresa, un “pirrurri blanco”, alguien que por mera definición, no conoce México. Me descalificó por el color de mi piel, y nada quita que mañana descalifique al siguiente por el tamaño de sus manos, el ancho de su nariz o porque le va al Necaxa. Por eso inclino mi voto en casi cualquier dirección opuesta a este bully escondido detrás del “amor y paz”, detrás de esa cortina de humo que es su república amorosa. Me agrupó con “ellos”, “los blancos”, los que solo queremos mantener el status quo y que, a su percepción, no trabajamos para que México sea un país un poco más justo. Lo mismo dijo y luego hizo Hugo Chavez en Venezuela, y lo está haciendo Trump acá: “ellos vs nosotros”; “nosotros los buenos contra ustedes los malos”; “nosotros los que perdonamos, contra ustedes que tienen odio en el corazón”; “nosotros que tenemos la verdad, versus ustedes que son la noticia falsa”. Ese desgarre no es democracia.
Nuestras palabras importan, dicen quienes somos. Si descalificas a una persona por como es, por sus características físicas, descalificas a todos.
Las líneas en la arena hay que borrarlas señor AMLO, no trazar nuevas.