Me queda claro que una de las cosas en las que los gringos nos ganan de todas todas a los mexicanos, es en decirnos de lo que estamos enfermos. Cosa de ver un rato la tele para toparse con un anuncio en donde venden un medicamento que no sabías necesitar, para contrarrestar los efectos de una enfermedad cuya existencia desconocías, pero que al concluir los treinta segundos del anunció sabes que deseas ese medicamento para curarte de esos síntomas que no sabías que tenías, cual si fuera la última Coca del desierto.
Invariablemente, el medicamento tiene un nombre que podría ser una palabra en latín, pero qué no lo es, que cura una enfermedad o un “síndrome” del cual jamás habías escuchado pero que es obvio que sufres, y que si no tienes ese síndrome, al terminar el anuncio, deseas que te aflija solo para poder consumir esa medicina milagro. Durante el anuncio, el actor lleva a cabo una rutina diaria: come, maneja, trabaja, la familia, los amigos, la tele. Pero lo hace con una mirada plagada de tedio, aburrida, distante, pensando en lo que alguna vez fue pero que nunca más volverá a ser, es decir, joven. La voz del narrador te explica de lo que sufres y de lo que te vas a morir, no es la voz ni de Sauron ni de Satanás, ojalá lo fuera, es del Arcángel Gabriel. Aparte del cansancio, el actor se ve sano, aunque te aclaran que se está desintegrando por dentro. Hablando en primera persona, el narrador precisa: “Cuando primero me lo detecté, el Síndrome de Frumghann ya no me permitía seguir con mi rutina cotidiana. Fui con mi doctor quien me habló de Nosaxtis. Con él, poco a poco, resumí mi vida normal y los síntomas del síndrome de Frumghann que me carcomían y me mantenían alejado de todo lo que me gustaba, fueron esfumándose”. En este punto del comercial, el actor levanta a un niño y lo avienta al cielo, aunque no vemos si lo cacha. Todo es sonrisas por lo que asumimos lo dejó caer. El actor luego camina feliz por el campo, acariciando las puntas de los pastizales con las palmas de sus manos y termina fundido en un abrazo con su pareja viendo el atardecer. A modo de terminar el comercial, nos advierten de los efectos secundarios que puede tener el Nosaxtis, como pueden ser, pero no están limitados a: “diarrea diaria sin previo aviso, vómitos espontáneos en lugares públicos, ganas de aullar como lobo en el pasillo de cereales del supermercado, deseos irresistibles de vestirse como la tía Maca, ansias de comer pasto, o en algunos casos, muerte espontánea”.
Siendo curioso investigo con el médico de cabecera, el doctor Google, el Síndrome de Frumghann y encuentra la siguiente definición, patrocinada por Nosaxtis: “Reducción de agilidad (tanto mental como física), perdida de memoria, disminución en concentración, dolor en las coyunturas, reducido interés en cargar portafolio, soñar con playas y con esos ceviches de pescado que son tan frescos que el mismo plato sigue buscando el mar”. De inmediato me siento identificado, como si estuvieran definiendo mi nueva enfermedad, y ni corto ni perezoso me comunico con mi farmacia de cabecera, Amazon, e intento ordenar una dosis del Nosaxtis, hasta que me doy cuenta de que no las venden en Tejas porque nuestros legisladores no quieren que la gente se ande vistiendo como la tía Maca. Bueno, eso, y que una caja de doce píldoras cuesta como si te estuvieran vendiendo el elixir de la vida eterna.
El tema salió porque mi hijo de diecisiete, quien a veces se siente de treinta y cinco, necesitaba una crema especial para la piel, misma que venden en un tubo tipo pasta de dientes (chico). La crema, por lo que entendí, no es nada especial: un menjurje a base de azufre para secar la grasa que se acumula en la frente a esa edad, pero que sin embargo, se vende en la farmacia solo bajo receta médica. Mi mujer, quien es muy proactiva en estos temas (bueno lo es en general, no como yo, que me esperaría a que mi hijo cumpliera los treinta y cinco para ir por la mentada crema) salió directo a la farmacia a conseguirla y regresó con cara de haber visto a la Medusa repitiendo «seiscientos dólares» que porque nuestro seguro no cubría este medicamento. Siendo, como dije, una mujer muy proactiva, se metió al sitio del fabricante y así nomás, consiguió un cupón mediante el cual reducían el costo de la crema por cuatrocientos dólares. Así nomás. Aun así. Doscientos dólares. Una crema. Para los barros.
Acá, una de las cosas que verdaderamente saca de sus casillas a ciertos norteamericanos es el tema de la medicina socializada, y se les complica el tema de que sus impuestos se desparramen para que todos tengan acceso a servicios de salud, prefiriendo que los seguros y el “big pharma” nos tengan bajo su yugo. La mera mención de la palabra “socialista” se les atora a media garganta y se la mientan a Lennon por osar imaginar. A mi, por mi parte, se me complica el entender como esta misma gente, quienes envían a sus hijos a la escuela pública, no logran ver que es pan con lo mismo y que todos navegamos en el mismo barco.
Lo bueno es que, aparte de ser proactiva, mi mujer también es medio bruja así que seguramente le estará preparando tes y menjurjes a mi hijo que le ayudarán con lo de su piel. Solo espero que a mi me ayude con esto de mí Síndrome de Frughamm.