Este fin de semana arranca la Fórmula Uno, actividad ‘deportiva’ con la que ahora ando adicto. Mi puto opio.
Antes la seguía de lejos, viendo las carreras solo cuando podía. Ahora las dejo grabadas para poder verlas con calma a una hora decente en mi mañana dominical, o sea que basta el que alguien me avise de los resultados para que se arruine mi experiencia espiritual dominguera.
Ya todas las escuderías presumieron sus nuevos coches, los flamantes diseños con los que correrán este año las veintitantas carreras en los distintos circuitos alrededor del planeta. Este año inauguran una en Las Vegas. Donde hay mercado, ahí van.
Le voy a los Red Bull, al Checo pues. Soy, lo podrá corroborar AnaP, muy necio terco y luego medio bruto, pero hago mi mejor esfuerzo por rechazar eso de que existen diferencias entre nosotros gracias a las líneas irracionales e invisibles delimitadas por el hombre (es decir, los países) le voy —a pesar del papá, hombre que tiene la simpatía de una infección purulenta de sífilis— al Checo porque es mexicano y por ende lo siento más cercano que a digamos al Max Verstappen que es holandés y que, por lo menos en las entrevistas que da, parece tan agradable como la antes citada infección venérea, y sí, sí entiendo que es como si fuera la Madre Teresa de lo bueno que es al volante, pero nomás no lo trago.
Las ‘escuderías’ se pasaron los últimos días en el Reino de Bahrain probando sus nuevos bólidos (me gusta la palabra), dándole no sé cuantas vueltas al circuito donde competirán este próximo fin de semana. El Reino de Bahrain no se distingue por eso de ser un ejemplo en cuanto a derechos humanos se trata —a menos de que seas hombre, adinerado, y seas creyente del tipo de religión correcta en el Reino de Bahrain, en cuyo caso el récord de derechos humanos es de seguro, intachable—, pero eso no le preocupa demasiado a los de la F1, cuyos directivos prometen que de alguna manera le doblan la mano a estos países como Bahrain, y Qatar, y México para mejorar su récord de derechos humanos. O bueno, por lo menos hasta la próxima temporada. Igual, para no sentirse tan chinches con tanto combustible quemado en sus viajes intraplanetarios, los de la F1 insisten de que la tecnología que desarrollan luego la veremos reflejada e incorporada a los coches que manejamos a diario, cosa que no muy entiendo porque acá en la colonia tenemos un límite de velocidad de 25 millas por hora en las calles, y de 30 en la avenida principal, o sea que con ese cuento a otra parte
Lo que sí sé, es que a pesar de que corran en estos lugares donde la vida valga reverendo sorbete y de que quemen suficiente gasolina como para hacer un asado de aquí hasta que regresen los dinosaurios a poblar la tierra, yo seguro veré las carreras este domingo.
Repito, ahora le voy al Checo y a su Red Bull. No obstante, no quitó el dedo del renglón de que el próximo año le vaya a ir a Mercedes, o a Ferrari o a los de Team Papaya o a los Alfa Romeo porque la verdad es que sus coches están rete bonitos, que es la base con la que guío mi fanatismo. Para un seguidor de años, tipo mi suegro, cambiar equipos así, de una temporada a otra, es una cosa inimaginable. El le va a los de Mercedes y se acabo la discusión. En cambio, mi cuate El Buca, odia a las ‘flechas plateadas’ con una furia que tiende hacía lo irracional.
Todo esto surgió porque hace rato que le pregunté a mi mamá de que si iban a ver las carreras este domingo (les instalé el App de la F1 en su iPad el año pasado y no se perdieron carrera alguna) me contestó “si salimos de tantos problemas”, cosa que a los casi 84 años los problemas a los cuales hay que darles salida deberían, en su mayoría, ser problemas digestivos y por tanto resueltos con papaya. Pero mi madre, siendo mi madre, prefiere hacerla de Atlas y echarse todo a la espalda en vez de cortarse las broncas de gajo y disfrutar de la Fórmula Uno en el Reino de Bahrain.
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